4/02/20

Historia natural de las cosas./Álvaro Mutis

Álvaro Mutis
(Bogotá, Colombia 1923 - México D.F., 2013)


Historia natural de las cosas.
Poema ilustrado por 50 fotógrafos.
(México: Fondo de Cultura Económica, 1985, 87 págs.)

Historia natural de las cosas


Hay objetos que no viajan nunca. Permanecen así, inmunes al olvido y a las más arduas labores que imponen el uso y el tiempo. Se detienen en una eternidad hecha de instantes paralelos que entretejen la nada y la costumbre. Esa condición singular los coloca al margen de la marea y la fiebre de la vida. No los visita la duda ni el espanto y la vegetación que los vigila es apenas una tenue huella de su vana duración.
      Álvaro Mutis, Caravansary


Las cosas duermen de día. De noche
Se disuelven y, a menudo, jamás regresan.
Hay seres que detentan el privilegio
de revelarnos maderas, objetos, muros,
signos, escombros, cristales, piedras.
Esos alucinados personajes
inventaron la letanía de imágenes
que el lector verá enseguida.
No los envidio. Saben demasiado.
Porque las cosas no son huella
ni símbolo del paso del hombre.
De él las cosas reciben, apenas,
ese primer impulso, esa inicial
y tenue energía que las conduce
al intacto laberinto de las representaciones.
Y van viviendo, las cosas, por su cuenta,
van perdiendo el rastro
que en ellas no nombraba
y acaban instaladas en su propia existencia,
en el agua lustral que las mantiene.
¿Qué, sino nuestra sólita torpeza,
puede pretender que las cosas
tengan peso y estén sujetas
a la física imutable
que insiste en su propia necedad?
No. Ya lo sabemos. Las cosas toman otro camino
y en una encrucijada, sólo por ellos conocida,
las esperan estos gambusinos de la nada:
los fotógrafos de un tiempo que no fluye.
Allá ellos. Desde ahora me desligo
de sus empresa. Muy lejos se atrevieron
en su viaje. Hace mucho que las cosas
nos dejaron para poblar otros dominios
y manifestar allí su especial sobre vivencia.
Nos han dado la espalda y, ahora,
somos nosotros los únicos escombros,
objetos sin voz y sin destino.
Inútil desgastarnos en la brega
de otorgar a las cosas un sitio
que no les pertenece.
Lector: adiestra tu memoria,
recorre estas imágenes. No son ya
de tu dominio, no volverán a ti jamás,
ni guardan para ti secreto alguno.
Eres tú quien regresa hacia la nada.
Los bancos de madera en el fondo de la mina.
La casaca y el chaleco mancillados.
Los maniquíes en su atónito desnudo.
La inocente mutación de la basura.
Los cables contra el cielo.
Las camas y los peces.
Los sombreros minuciosos.
Los cerdos de yeso y los amargos cactus
con fondo de tormenta.
El cohete y los hábitos talares.
El manido erotismo de la bañista
que nunca tendrá dueño.
Los odres al sol.
El bacalao que olvidó el marino
de la Emulsión de Scout.
Los vagos jardines olvidados.
El hielo y su fúnebre episodio.
La canción de esa esquina con colores
más tercos y evidentes que la vida.
La madera y sus nudos esenciales.
Ese Cristo que huye del suplicio.
La estulticia insondable de las figuras de cera.
Los muros, otra vez los muros,
rostros de lo que nunca ha sucedido,
lienzos de lastimada pared cuyo derrumbe
se antoja inconcebible.
Y el viento que pasa o el aire detenido
y tantas otras cosas que voy a nombrar
y evaden la palabra y, sin embargo,
allí están, despiertas en la noche,
vigiladas por minúsculas constelaciones.
Allí están. Todas en su orden allí están.
Mírenlas bien: tal vez así ganemos un instante
a la muerte que espera para entrar.

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