11/03/23

"La Paradoja del Existir"

En el fondo de esta existencia deslucida, donde el sol apenas roza con sus dedos mortecinos, se halla un rincón para aquellos que ven la vida no como un regalo, sino como un laberinto sin fin. Un escenario donde cada paso es un eco de dudas, donde las alegrías son apenas susurros en una tormenta de desencantos. Aquí, en este teatro de lo absurdo, los aplausos son para los que logran engañarse, los que, con ojos vendados, brindan por el vaso medio lleno, ignorantes de la sed que nunca se sacia.

¿Qué hay de nosotros, los que caminamos con la mirada clavada en las grietas del suelo, conscientes de cada piedra en el camino? Nuestro pesimismo no es más que el lente a través del cual vemos la realidad desnuda, cruda, sin los adornos de la fantasía. Nos reímos amargamente de las ilusiones, esos cuentos de hadas para adultos, mientras cargamos el peso de una verdad insoportable: que la vida, aunque nos pertenezca, es una batalla constante, un premio que se nos escapa entre los dedos como arena.

Ay, cuánta ironía hay en este juego macabro en el que nos encontramos inmersos, donde se nos enseña a apreciar lo que, en esencia, es un ciclo interminable de desesperanza. Nos dicen que la vida es bella, pero ¿no es acaso una belleza empañada por la certeza de su finitud? En este escenario, ser optimista es un acto de rebeldía, una negación del destino inevitable que nos aguarda a todos. Pero, ¿qué más da? Si al final, la oscuridad nos espera, indiferente a nuestras risas o lágrimas.

Los padres, esos arquitectos de ilusiones, nos entregan este regalo envenenado con sonrisas y esperanzas, sin advertirnos de las trampas que esconde. "La vida es un regalo", nos susurran, pero olvidan mencionar que es un regalo con condiciones, un puzzle con piezas faltantes. Vivir, entonces, se convierte en una tarea ardua, una búsqueda constante de sentido en un universo que se burla de nuestras preguntas sin respuesta.

Oh, cuán cruel es la paradoja de nuestra existencia: nacemos sin pedirlo, vivimos persiguiendo fantasmas de felicidad, y morimos sin comprender el propósito de todo ello. Es como un chiste malo, una broma pesada del destino, donde el premio final es simplemente dejar de jugar. Y mientras tanto, nos aferramos a cualquier atisbo de sentido, cualquier destello de esperanza, como náufragos a una tabla en un mar de incertidumbre.

En este universo indiferente, donde las estrellas parpadean con desdén, ser consciente de nuestra propia trivialidad es un acto de valentía. Reconocer que, a pesar de los esfuerzos, de los sueños y las luchas, somos apenas un suspiro en la eternidad, es aceptar la más amarga de las verdades. Y en esa aceptación, quizás, reside la única forma de rebelión auténtica: vivir a pesar de todo, reír frente a la absurdidad, y encontrar en el nihilismo no una condena, sino una liberación.

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