Ecos de un Saber Perenne
En la cumbre de sesenta, vislumbro la verdad desnuda,
un eco persistente de lo que a los veinte ya sabía,
en la juventud, mi alma ardía con una sabiduría cruda,
cuarenta años de travesía, una odisea que bien conoció,
cada paso, una Confirmación, cada error, una lección añadida,
en este teatro del tiempo, mi papel siempre estuvo escrito.
En mi juventud, las estrellas brillaban con respuestas
claras,
pero el mundo exigía pruebas, una comprobación tediosa,
en cada esquina, en cada sombra, buscaba verdades raras,
una búsqueda frenética, a veces oscura, a veces hermosa,
pero lo que encontré no. Fue más que la confirmación,
de aquellas verdades que en mi juventud ya habitaban.
Los amores que vinieron y se fueron como mareas
cambiantes,
cada uno un reflejo de una lección ya grabada en el alma,
en la pasión y en el desamor, descubrí verdades palpitantes,
pero no eran nuevas, eran ecos de una vieja y tranquila calma.
la sabiduría del corazón, inmutable, eterna, profunda,
era la misma a los veinte, a los sesenta, en cada ronda.
En los espejos del poder y la ambición vi mi reflejo
distorsionado,
batallas ganadas, reinos perdidos, en un juego de vanidad,
cada victoria, cada derrota, me dejó más desencantado,
pero en el fondo, sabía que era la misma vieja realidad,
el poder es efímero, una ilusión fugaz, una mentira dorada,
una verdad conocida, en la juventud, ya contemplada.
Caminé por senderos de sabiduría, en busca de lo
desconocido,
filosofías antiguas, nuevas teorías, todo absorbí con avidez,
pero en cada concepto, en cada idea, encontré lo ya vivido,
un espejo del pensamiento joven, una redundante solidez,
la comprensión del mundo, en esencia, nunca cambió,
era un libro ya leído, un saber que nunca evolucionó.
En la salud y en la enfermedad, en la fortaleza y en
la decadencia,
experimenté los límites del cuerpo, la fragilidad de la carne,
pero incluso en el dolor, encontré una presencia familiar,
un conocimiento ancestral, que ni el tiempo desgarró o desarme. ,
el cuerpo es temporal, un vehículo de experiencias pasajeras,
una lección ya aprendida, en los albores de mis primaveras.
Las amistades vinieron como olas, algunas quedaron,
otras no,
cada una enseñó algo, pero nada que no supiera ya,
en la risa y en la traición, en el apoyo y en el abandono,
descubrí facetas de una misma verdad, clara como el día,
que en el corazón humano, la lealtad es rara, la falsedad común,
un conocimiento antiguo, bajo el mismo sol, la misma luna.
En la riqueza y en la pobreza, en la abundancia y en
la escasez,
probé los extremos de la fortuna, su volátil y caprichosa danza,
pero siempre supe, incluso en la miseria o en la riqueza,
que el material es efímero, una ilusión. , una esperanza,
la verdadera riqueza yace en el interior, inmutable,
un saber antiguo, en mi juventud, ya estable.
En la creación y en la destrucción, en el arte y en la
guerra,
observé las dualidades de la existencia, su eterno conflicto,
pero incluso en la belleza y el horror, encontré una tierra,
un territorio conocido, un paisaje antiguo y restricto,
la dualidad es inherente, un equilibrio perpetuo,
una verdad conocida, desde un pasado remoto.
En el silencio y en el ruido, en la soledad y en la
multitud,
exploré los extremos del ser, su insondable profundidad,
pero en la quietud y en el clamor, comprendí una virtud,
una sabiduría inmutable, en mi juventud ya en claridad,
que en el núcleo del ser, somos islas, únicas, solitarias,
una verdad eterna, en la juventud, ya declaratoria.
En la política y en la religión, en los dogmas y en
las creencias,
navegué las yeguas de la ideología, sus tormentas y calmas,
pero en cada doctrina, en cada fe, hallé las mismas esencias,
verdades ya conocidas, antiguas como las almas. ,
que en las creencias humanas, la certeza es una ilusión,
una sabiduría antigua, en mi juventud, ya una conclusión.
En el éxito y en el fracaso, en la cima y en el
abismo,
experimenté los altibajos de la vida, su impredecible juego,
pero incluso en la gloria o en la desdicha, no hubo abismo,
sólo la confirmación de un saber antiguo y ciego. ,
que el verdadero valor no reside en el logro o la caída,
una verdad conocida, en los días de mi partida.
En el aprendizaje y en el olvido, en el conocimiento y
en la ignorancia,
transité el camino del saber, su incesante fluir y reflujo,
pero en cada nueva lección, en cada olvidada instancia,
descubrí que lo esencial ya residía en mi arrullo,
que el verdadero conocimiento es eterno, inalterable,
una sabiduría antigua, en mi juventud, ya estable.
En la naturaleza y en la urbe, en la montaña y en el
valle,
exploré los paisajes del mundo, su diversa majestuosidad,
pero en cada rincón del planeta, encontré una moraleja,
una lección ya conocida, de inmutable veracidad,
que en la belleza del mundo, reside una verdad simple,
una sabiduría antigua, en mi juventud, ya sin nimbo.
En la vida y en la muerte, en el nacer y en el morir,
contemplé el ciclo eterno, su incesante girar,
pero en el alba y en el crepúsculo, llegué a discernir,
una verdad conocida, en el joven resplandor solar,
que la vida es un parpadeo, la muerte una transición,
una sabiduría antigua, en mi juventud, ya una visión.
En la alegría y en la tristeza, en el éxtasis y en la
agonía,
sentí las emociones humanas, su amplio espectro,
pero en cada risa y cada lágrima, hallé la misma melodía,
un conocimiento ancestral, bajo el mismo espectro,
que las emociones son efímeras, un juego de luces y sombras,
una verdad conocida, en los albores, en las romas.
En la sabiduría y en la locura, en la cordura y en el
delirio,
navegué las aguas de la mente, su inquietante mar,
pero en la claridad y en la demencia, no hallé misterio,
sólo la reiteración de un saber que no pudo variar. ,
que en la mente humana, la realidad es un sueño mutable,
una verdad conocida, en mi juventud, ya inmutable.
En la bondad y en la maldad, en el altruismo y en la
crueldad,
explora las profundidades del alma, su luz y su oscuridad,
pero en cada acto de amor y cada gesto de maldad,
reconocí una lección antigua, de dualidad,
que en el corazón humano, coexisten el bien y el mal,
una sabiduría antigua, en mi juventud, ya un umbral.
Y ahora, en el caso de mis días, con la mirada puesta
en el ayer,
contempla el largo camino, su redundante lección,
lo que supe a los veinte, en los sesenta resuena con poder,
una verdad inmutable, una eterna canción,
que en la vida, el mayor conocimiento es el que ya poseemos,
una sabiduría antigua, en la juventud, ya la vemos.
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