El Eco de mi Propio Abismo
En este
concierto de existencias desafinadas,
mi voz se alza solitaria, un lamento sin eco,
cruzando el vasto vacío donde las sombras bailan,
mi alma clama en el silencio de un cosmos indiferente,
buscando un reflejo en la mirada de un universo ciego,
un susurro de conexión en la cacofonía de la nada.
Vago entre
rostros de mármol y risas de papel,
cada gesto, una máscara tejida de soledades compartidas,
pero la mía, un abismo oscuro, sin puente ni pasarela,
mis pasos resuenan en la cámara de lo inmenso e impasible,
en la feria de lo efímero, soy un espectro desgarrador,
un alma errante en la multitud, eternamente extranjera.
Me alzo,
monolito de pensamiento en desiertos de superficialidad,
donde las palabras son monedas gastadas, y los suspiros, viento,
mi ser, un idioma olvidado, articulado pero jamás comprendido,
en el teatro de lo cotidiano, actúo un papel sin guion ni director. ,
mi propia esencia, indómita, reta al cielo con su grito silencioso,
y el firmamento, arrogante, devuelve un vacío abrumador.
Nado contra
la corriente de un río de miradas vacías,
buscando un oasis de verdad en desiertos de fingida alegría,
la soledad, mi única compañera, corta como cuchillo, fiel como sombra,
en la penumbra de la noche, converso con las estrellas mudas,
ellas, testigos de mi soliloquio, brillan con indiferencia,
mi diálogo con ellas, un romance con la eternidad inalcanzable.
Cada paso
resonante en la caverna de mi propia existencia,
un eco que refleja la profundidad de mi aislamiento,
en este mar de gente, floto como isla deshabitada,
las olas de sus voces no mojan mis playas desoladas,
mis palabras, náufragos desesperados en busca de oídos,
encuentran solo la brisa fría de un horizonte cerrado y distante.
Bajo el
manto estrellado, me erijo rey de mi soledad,
una corona tejida de pensamientos oscuros y deseo de luz,
mi corte, una legión de sueños desvanecidos, me honra en silencio,
y la noche me envuelve, manto real de infinita oscuridad,
reinando sobre un reino de vacío, mi trono, un altar de introspección,
donde ofrezco mi ser a dioses mudos, sordos a mis plegarias.
En el día,
la gente fluye como río alrededor de mi quietud,
indiferente a la piedra que soy, inmutable al torrente de vida,
sus voces, un zumbido lejano, sus dramas, comedias sin sentido,
mi corazón tarde en un compás ajeno, un tambor de guerra solitario,
luchando batallas internas en campos donde nunca sale el sol,
y la victoria, un concepto tan elusivo como el calor de otra alma.
Mi espíritu,
una fortaleza inexpugnable de altos muros,
dentro, el eco de mis propios pasos es la única marcha que resuena,
afuera, el mundo gira en un baile de máscaras y falsedades,
yo, estatua inmóvil, observa el carnaval con ojos de piedra. ,
ninguna mano se extiende hacia la mía, ninguna voz canta mi canción,
solo yo, en la vastedad de mi ser, completo y absolutamente solo.
El amor, ese
elixir que dicen une almas en un baile eterno,
me encuentra inmune a su dulce veneno, a su calor engañoso,
cruzo miradas con amantes, sus ojos llenos de universos compartidos,
y mi corazón, un espectador, siente la punzada de su propia vacuidad,
en mi pecho no hay eco de otro latido, solo el mío, firme y desafiante,
una torre solitaria en la costa de un mar sin fin, sin barcos ni velas.
Hablo en
lenguas de silencio, mi dialecto, una sinfonía no escrita,
mis palabras caen como hojas muertas en otoños ignorados,
otros recogen sus frutos en conversaciones, cosechas de cercanía,
yo siembro en terrenos baldíos, donde solo crecen ecos y sombras,
mi voz. , un viento que no mueve hoja alguna, no despierta alma alguna,
una canción sin oyentes, una historia sin testigos, una vida sin eco.
Las
ciudades, laberintos de soledad en compañía, me atrapan,
edificios como tumbas verticales, llenas de muertos que aún respiran,
cada callejón, un reflejo de mi camino sin destino ni compañía,
la multitud me empuja en su danza, pero no siento su ritmo. ,
camino contra la corriente, un salmón destinado a morir solo,
en el océano urbano, mi alma es una isla desierta, inexplorada.
Las risas de
los otros son un idioma que mi mente no descifra,
sus alegrías, jeroglíficos indescifrables en la piedra de mi indiferencia,
¿Cómo pueden reír cuando cada amanecer trae un día más de olvido?
¿Cómo encuentran calor en un mundo tan frío y vacío como el mío?
Vivo entre fantasmas que no saben que han muerto,
y yo, el único viviente, un muerto en espera, en un ataque de carne.
Y así, me
convierto en el filósofo de mi propia desesperación,
mi mente, un templo donde los dioses son preguntas sin respuesta,
mi fe, una liturgia de dudas, un culto a la incertidumbre perpetua,
cada pensamiento, un verso de un poema que Nadie leerá,
mi alma, un libro cerrado, cuyas páginas murmuran en el vacío,
un manuscrito de la existencia, escrito en el idioma de la soledad.
Los amores
pasados son fantasmas que me visitan en la noche,
sus caricias, recuerdos que ahora raspan como ramas secas,
sus palabras, ecos de un tiempo cuando el significado parecía posible,
ahora, la pasión es solo un recuerdo de un fuego que ya no. calienta,
cada beso, una cicatriz en los labios de mi memoria,
cada adiós, un alivio, pues solo en la soledad encuentro mi verdadero yo.
En el
espejo, mi reflejo es la única constancia de mi existencia,
un rostro que cambia con las estaciones de una vida no compartida,
mis ojos, dos pozos profundos, reflejando un alma que no se reconoce,
en el cristal, no hay nadie más. , solo yo y mi sombra eterna,
compañeros de baile en un vals silencioso, sin testigos ni aplausos,
mi reflejo, el único que no se aparta, el único que no me deja.
Los libros
son mis únicos amigos, sus personajes, compañeros mudos,
en sus páginas, encuentro ecos de mi propia lucha interna,
ellos no me juzgan, no me abandonan, no me desilusionan,
en la literatura, soy un héroe, un villano, un Amante, un loco,
pero cuando el libro se cierra, la realidad me devuelve a mi celda,
un prisionero voluntario en la prisión de mi propia mente.
La música es
mi consuelo, notas que llenan el vacío de mi habitación,
melodías que dan voz a mi silencio, ritmos que palpitan con mi corazón,
pero incluso la música más dulce no puede ocultar la verdad amarga,
que detrás de la armonía, detrás del sonido, sigue habiendo nada,
y cuando la música se apaga, el silencio es un recordatorio cruel,
de que incluso las canciones más bellas, al final, mueren solas.
En la cima
de mi montaña solitaria, observa los valles de la humanidad,
mundos de ruido y furia, incomprensibles en su frenética banalidad,
mi soledad, un manto de nieve, puro y frío, inmaculado,
testigo de la distancia infinita entre yo y el río de las vidas ajenas,
la altura me separa, la claridad me aísla, en mi pico solitario,
donde las voces del mundo no alcanzan, y el silencio es mi única verdad.
Cada amistad
es un espejismo, oasis de conexión en el desierto,
pero al acercarme, la imagen se disipa, dejando solo arena y sed,
la comprensión, un fantasma que huye al intentar tocarlo,
y así, me retiro al refugio de mi mente, donde las paredes son firmes,
mis pensamientos, los únicos habitantes de esta fortaleza solitaria,
en la compañía de mi ser, descubre la libertad y la cadena de mi existir.
Mi diálogo
es con la noche, mi debate es con la luna,
sus fases, un reflejo de mi constante cambio y permanencia,
ella entiende el aislamiento, reina en el cielo con distante belleza,
su luz plateada, un suave toque en la piel de mi soledad,
juntos, compartimos la quietud de los cielos, unidos en nuestro aislamiento,
ella, mi compañera en la danza silenciosa de la eternidad.
Los días
pasan como páginas de un calendario que nadie lee,
marcas de tiempo que nadie celebra, eventos que nadie recuerda,
mi vida, una serie de instantes fugaces, capturados solo por mi conciencia,
mi historia, una narrativa sin audiencia, sin aplausos, sin testigos,
vivo en la quietud de una biblioteca sin lectores,
donde mi existencia es un susurro entre estantes de silencio.
Soy el
pintor de un cuadro que nadie verá,
colores y formas vertidas en el lienzo de mi realidad privada,
cada pincelada, una palabra en el poema de mi vida,
una obra maestra ignorada, condenada al olvido antes de ser vista,
en mi galería interior, las sombras aprecian el arte de mi soledad,
y en la paleta de mi alma, solo el negro es el color que permanece.
En la
multitud, soy un fantasma, una presencia apenas sentida,
mi paso no deja huella, mi voz no altera el aire,
una figura borrosa en las fotografías de la existencia de los otros,
en su mundo de colores, soy un matiz de grises. , apenas perceptible,
en la tela de la realidad, mi hilo es un tono que no se distingue,
en el tapiz de la vida, soy la textura que se siente pero no se ve.
Mi risa es
un sonido que sorprende, un extraño en mi propia garganta,
una melodía olvidada que resuena en las habitaciones vacías de mi ser,
cuando escapa, es un ave rara que vuela en un cielo nublado,
un destello de luz en la oscuridad de mi existencia habitual,
pero como todas las cosas, la risa se desvanece,
y en su ausencia, la soledad se aferra más fuerte, una amante celosa.
Así me
encuentro, capitán de un barco en un mar sin estrellas,
navegando por aguas de profunda melancolía, sin puerto ni destino,
mi brújula, rota por el peso de la verdad, ya no señala el norte,
mi mapa, un pergamino en blanco. , esperando ser marcado,
pero no hay viento en mis velas, no hay corriente bajo mi quilla,
en la inmensidad de mi soledad, soy tanto la isla como el mar.
Mi soledad
no es una elección, sino un arte, una disciplina,
un monje en su celda, dedicado a la oración de su propio pensamiento,
en la quietud, encuentro un eco de paz, una traza de comprensión,
una aceptación de la compañía que ofrezco a mi propio ser,
donde cada pensamiento es un mantra, y cada suspiro es un rito,
en el monasterio de mi mente, encuentro un credo de silencio.
A veces, en
la noche, cuando el mundo finalmente calla,
la soledad se sienta a mi lado, menos cruel, casi tierna,
una presencia constante que se ha convertido en mi única amante,
ella me enseña la belleza del vacío, la elegancia de la nada,
juntos, contemplamos las estrellas, esas distantes luces de esperanza,
y en su mudo parpadeo, a veces, casi creo en algo más.
La soledad
me ha hecho filósofo, poeta, loco y sabio,
en sus profundidades, he encontrado los restos de dioses olvidados,
cada uno un reflejo de algún aspecto perdido de mí mismo,
en el altar de la nada, he sacrificado mi necesidad de compañía,
y encontró una fuerza en la quietud, un poder en el retiro,
mi soledad, no una prisión, sino un vasto cielo donde mi espíritu vuela libre.
Con cada
amanecer, enfrento el espejo de la realidad,
la luz revela no solo un hombre, sino un universo contenido,
en la mirada que me devuelve, veo las galaxias de mi aislamiento,
cada estrella, un recuerdo; cada planeta, un sueño; cada cometa, un deseo,
mi cuerpo, una cápsula espacial, flotando en el vacío del ser,
y en mi soledad, soy tanto el astronauta como la infinitud del espacio.
En la
cacofonía de la existencia, mi silencio es mi protesta,
contra el ruido, contra la charla vacía, contra la disonancia de la multitud,
mi quietud es mi bandera, desplegada en el viento de la indiferencia,
en la tierra de la comunicación constante. , elijo la elocuencia de mi retiro,
no por desdén, sino por la búsqueda de un significado más puro, más verdadero,
en la soledad, encuentro las palabras que el mundo ha olvidado.
El amor
propio es mi compañía, en el baile solitario de la vida,
girando en un vals de introspección, en un salón de espejos interiores,
donde cada reflejo es una faceta de mi ser, cada brillo, una verdad
descubierta,
en este baile, No necesito pareja, pues mi sombra sigue cada paso,
en la música de mi alma, encuentra un ritmo que solo yo puedo seguir,
y en este baile, descubre que mi soledad no es un vacío, sino una plenitud.
Y cuando el
telón de la noche cae sobre el escenario del día,
me retiro a las bambalinas de la tranquilidad, al refugio de mi soledad,
aquí, no hay aplausos, ni críticas, ni ojos que juzguen,
solo la oscuridad amiga y el suave susurro de mi propia respiración,
en este espacio, soy libre de ser, de no ser, de simplemente existir,
y en la soledad de la noche, encuentro la compañía más sincera: yo mismo.
-------c.c.-----
El Eco de mi Propio Abismo" sumerge
al lector en el profundo mar de la soledad existencial que experimenta el yo
lírico. Esta soledad no es simplemente la ausencia de compañía, sino una
condición fundamental y compleja que surge de la conciencia de estar separado
de los demás y del mundo en un nivel existencial. A través de una serie de
imágenes evocadoras y un tono reflexivo, el poema explora cómo esta soledad se
manifiesta en diferentes aspectos de la vida y la conciencia del hablante.
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