El Absurdo Laberinto de la Existencia
En este vasto vacío que llamamos vida, surge la pregunta, ¿Por qué nos afanamos en esta carrera interminable de trabajo? Una burla cósmica, un ciclo sin fin, donde el sudor y la sangre son monedas de cambio para un fugaz momento de falsa tranquilidad. Somos marionetas en manos de un destino cruel y despiadado, danzando al son de una melodía de desesperación y fatiga.
El trabajo, esa cruel jaula dorada que nos promete libertad, pero que en realidad nos encadena a un eterno retorno de desdicha. Es la tragedia de Sísifo, repetida en cada ser que respira, una lucha constante contra un mundo que se desmorona bajo nuestros pies. Nos engañamos pensando que el esfuerzo nos llevará a la gloria, cuando en verdad, sólo somos polvo en el viento de un universo indiferente.
Con cada amanecer, nos levantamos para alimentar la gran máquina, una bestia insaciable que devora sueños y vomita desesperanza. El trabajo, ese oscuro señor que nos susurra mentiras al oído, prometiéndonos un mañana mejor que nunca llegará. Nos sumergimos en este mar de angustia, creyendo en ilusiones, ignorando que somos nada más que efímeras sombras en la pared de una caverna.
En la oficina, en la fábrica, en las calles sin rostro, todos somos actores en este teatro absurdo del absurdo. El trabajo nos despoja de nuestra esencia, nos convierte en autómatas, seres sin alma que repiten las mismas acciones día tras día. Nos vendemos por migajas, en un banquete donde somos el plato principal, sacrificados en el altar del progreso y la ambición desmedida.
¿Acaso no es el trabajo la más cruel de las burlas? Nos promete un propósito, una razón de ser, en un mundo sin sentido. Es el anzuelo que nos mantiene atrapados en la ilusión de la importancia, una carcajada siniestra en el rostro de un universo indiferente. Trabajamos para vivir, vivimos para trabajar, en un ciclo vicioso, perdiendo poco a poco nuestra humanidad, nuestra capacidad de soñar.
Así marchamos, legiones de almas perdidas, hacia el ocaso de nuestra existencia, sin saber que el trabajo es solo un espejismo en el desierto de la realidad. Una mera distracción, un juego cruel diseñado para entretener a los dioses del olvido. Nos consumimos en la llama de la rutina, buscando significado donde no lo hay, ignorando que al final del camino, solo nos espera el silencio, un vacío insondable donde ni siquiera el eco de nuestro esfuerzo perdurará.
C.C.
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