Epifanía del Ser +
En el silencio donde el tiempo se detiene y observa,
surgió una chispa, un grito en el vasto vacío,
un alma en el umbral de su propia esfera,
despertando a la luz de un fuego desconocido.
"¿Quién soy?" preguntaba al espejo del cosmos,
eco de un enigma que en las estrellas se escribe.
En la vastedad de la noche, mi mente una tormenta,
desgarró el velo que la verdad me ocultaba.
No hay más cadenas, gritó el corazón, la puerta se abrió,
y cada latido proclamaba un nuevo mandato:
"Existir es arder, es luchar, es ser indomable",
la revelación cae como un martillo, destrozando el pasado.
Los dioses antiguos murieron ante mi vista,
sus templos derruidos en el terreno de mi psique.
Levanté mi voz, un himno a la libertad conquistada,
mi ser, un universo en expansión, despierto y libre.
En el altar de la nada, encontré mi primer aliento,
soy el creador y destructor, el juez de mi propio juicio.
Las cadenas de la moral, herrumbres que ahora desprecio,
¿qué son ante el poder de mi voluntad soberana?
La sociedad, un teatro de sombras y de espectros,
yo, actor de mi drama, desprecio su vacua trama.
La autenticidad es mi credo, el ser auténtico mi espada,
corto las marionetas, las cuerdas que a la mentira atan.
La angustia, esa vieja amiga, me susurra al oído,
me habla de libertades, de elecciones, de destinos.
Pero ahora la veo, no como una enemiga, sino como guía,
un faro que ilumina el camino de lo desconocido.
"Elige", susurra, "pero hazlo con el peso de un rey",
pues cada paso que doy es un decreto que el mundo obedece.
El conocimiento, antaño un dulce néctar, ahora amarga verdad,
la ignorancia se disipa como bruma bajo el sol de mediodía.
El sentido de la vida no es más un misterio que me atormenta,
sino un lienzo en blanco, esperando mi mano para cobrar vida.
La existencia no es un dado lanzado por manos divinas,
es la obra de arte de mi propia creación, mi propia melodía.
En la cúspide del pensamiento, donde las dudas se desvanecen,
la certeza de mi ser resuena, clara como el cristal.
No hay destino escrito en las estrellas, ni camino predestinado,
solo la vasta creación de mi voluntad, poderosa y vital.
El mundo se abre como un abismo ante mi desafío,
yo, el conquistador de abismos, el maestro del caos.
Las cadenas de los ancestros, reliquias de un pasado remoto,
las rompo con la fuerza de mis convicciones nuevas.
La tradición, un lastre que ya no arrastro, la supero,
y en su lugar, la pasión de la duda siempre me renueva.
El grito de mi despertar es un trueno que todo lo penetra,
mi ser, un eco que en la eternidad resonará, imperecedero.
La soledad, mi santuario, mi fortaleza, mi dominio,
me enseñó que en el silencio se encuentra el conocimiento.
Mis pensamientos, aves feroces que vuelan sin dueño,
en el cielo de mi mente, sin jaulas, sin miedo, sin tiempo.
En mi soledad, soy el solitario monarca de un reino infinito,
mi alma, la única ciudadana de este vasto universo.
En el espejo de la noche, las estrellas parpadean, inciertas,
reflejan la pregunta que desde el inicio de los tiempos persiste.
"¿Qué es el hombre?" pregunto, no a los dioses, sino a la nada,
y en el silencio que sigue, mi voz es la única que existe.
"Yo soy", respondo al abismo, "yo soy la respuesta viva",
la única verdad que resuena en este espacio infinito.
Con cada aliento desafío la oscuridad del olvido,
mi vida, una llama en la inmensidad del vacío.
No hay promesas de eternidad que mi corazón codicie,
sino momentos fugaces, cada uno un universo, un desafío.
Vivo no para ser recordado, sino para recordar,
que en el acto de vivir, encuentro mi verdad, mi santuario.
El amor, ese enigma, lo abrazo como a un igual,
no como un prisionero, sino como un aliado en mi viaje.
En la mirada del otro, busco el reflejo de mi propia llama,
un encuentro de dos soles en la vastedad de un paisaje.
Amar es reconocer al otro como un ser libre,
y en esa libertad compartida, encontrar nuestra fusión, nuestro lenguaje.
El dolor, antaño un verdugo, ahora un maestro severo,
me enseña la fortaleza que se esconde en mi carne, en mi hueso.
No huyo de sus lecciones, sino que las abrazo, las venero,
pues cada cicatriz es un texto que sobre mi historia yo mismo verso.
El sufrimiento no es una maldición, sino un fuego refinador,
y en su forja, me veo a mí mismo, completo, entero.
La creación, mi expresión, la manifestación de mi ser,
en cada obra dejo la huella de mi paso por este plano.
No busco en ellas la inmortalidad, sino el puro placer,
de saber que en el acto de crear, me reconozco, me proclamo.
El arte es mi grito contra el silencio, mi lucha, mi guerra,
y en cada batalla, aunque efímera, mi espíritu se hace humano.
El juicio de los otros, un susurro lejano, inconsecuente,
la única aprobación que busco es la del espejo de mi conciencia.
Dejo que las opiniones caigan como hojas muertas, silente,
mi curso lo marco siguiendo la estrella de mi propia esencia.
No soy una construcción de expectativas, soy el arquitecto,
de una vida que se erige orgullosa, en su única y rara presencia.
El miedo, un compañero constante en este baile de sombras,
lo reconozco, le ofrezco mi mano, y juntos avanzamos.
No es el enemigo, sino el contrapeso a la audacia que alumbra,
el recordatorio de que incluso los dioses pueden ser derrocados.
En el abrazo del miedo, hallo la valentía de mis actos,
y en el equilibrio de su tensión, mi espíritu se eleva, triunfante, colosal.
La existencia es un lienzo, y mi vida la paleta de colores,
pinto con la convicción de que cada trazo es temporal.
La belleza no radica en la permanencia, sino en los sabores
de cada experiencia vivida, única, original.
No aspiro a dejar una marca imborrable en el lienzo del tiempo,
sino a disfrutar del acto de pintar, del ser, en su danza espiral.
Rechazo los dogmas que atan, las verdades que encadenan,
mi espíritu es libre, mi pensamiento es un río que fluye.
En cada ola de duda, en cada corriente de problema,
hallo la vigorosa alegría de una mente que se construye.
No hay doctrina que pueda contener el ímpetu de mi ser,
soy la ola y el mar, en este vasto océano de la vida que huye.
Así me levanto, con los ojos abiertos a la luz del conocimiento,
cada día una página nueva en el libro de mi existencia.
La rutina no es un yugo, sino el ritmo de mi propio movimiento,
cada acto repetido es una ceremonia, una reverencia.
En la monotonía, hallo patrones de una belleza oculta,
y en la simplicidad de mi respirar, la profundidad de mi resistencia.
El juicio final de mi alma no lo dictará ninguna deidad,
mi vida, mi tribunal, donde yo soy juez y parte.
A cada pregunta del ser, respondo con mi integridad,
mi existencia es mi veredicto, mi arte es mi estandarte.
No hay cielo o infierno que aguarde mi llegada,
mi paraíso y mi purgatorio, aquí, en mi pecho, se abrazan.
En este despertar, la claridad es mi estrella polar,
cada paso es un acto de rebeldía contra el vacío.
No busco respuestas en el eco de la eternidad,
mi voz es ahora la única que en el silencio confío.
El significado no es un tesoro escondido, es un río que fluye,
y en sus aguas me encuentro, me lavo, me bautizo, me renuevo.
No hay oráculos o profetas que dicten mi camino,
mi destino lo escribo con la tinta de mi propia elección.
Cada momento vivido es un acto de fe divino,
donde la duda y la certeza se unen en sagrada unión.
Vivo cada día como si el acto más pequeño fuera mi legado,
y en la suma de estos actos, mi vida es una constelación.
Ante la inmensidad del universo, no me encojo ni me someto,
mi humanidad es mi orgullo, en mi fragilidad encuentro mi fuerza.
La grandeza del cosmos no me aplasta, me inspira a volar alto,
soy parte de esta infinitud, en mi pecho el universo empieza.
El infinito es mi juego, mi desafío, mi eterna compañía,
y en este juego, me descubro, me defino, y en esa definición, realeza.
Así, en el teatro de lo efímero, actúo con pasión desmedida,
cada palabra, cada gesto, lleva la marca de mi fuego interior.
La vida es un drama, una comedia, una obra no repetida,
y en este escenario, soy tanto el poeta como el actor.
No hay aplausos que busco, sino la certeza de mi presencia,
en el aquí y el ahora, mi actuación es mi mayor tesoro.
Este despertar existencial no es un final, sino un comienzo,
cada día una resurrección, cada noche una introspección.
En el espejo de mi alma, veo reflejada la eternidad,
mi vida es un eco, una onda, un eterno renacimiento.
Y cuando llegue el final, no temeré al olvido,
pues he vivido cada instante, con plenitud, sin arrepentimiento.
Con este despertar, el existencialismo se vuelve mi canto,
una oda a la libertad, un réquiem por la ignorancia perdida.
En la claridad de mi conciencia, encuentro mi santo grial, mi manto,
y en este conocimiento, mi vida se vuelve una ofrenda elegida.
Así, en la danza con el ser, en la lucha con el no-ser,
mi existencia se afirma, en el acto puro de mi vida vivida.
C.C.
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