Sobre las Virtudes
Las virtudes, esos adornos del alma que todos elogian,
como si fueran joyas que llevamos con orgullo,
pero, ¿cuántos realmente las poseen, o solo las fingen?
En este mundo roto, ser virtuoso es casi un lujo.
Nos hablan de la templanza, la prudencia, la justicia,
como si fuesen caminos claros hacia la grandeza.
Pero en una sociedad donde reina la codicia,
ser virtuoso es más bien una especie de rareza.
La prudencia, nos dicen, es saber cuándo hablar,
cuándo actuar y cuándo quedarse en silencio.
Pero, maldita sea, a veces es mejor gritar
que contenerse y ser prudente en el tormento.
La justicia, ese sueño tan lejano y distorsionado,
¿quién la ve realmente en las calles cada día?
Nos dicen que es la virtud de los buenos, de los sabios,
pero a menudo parece solo una mentira vacía.
El valor, ¡ah, qué palabra tan fuerte!
Nos enseñan que es la virtud de los héroes,
pero en un mundo que te empuja a la muerte,
ser valiente no siempre es levantar estandartes, sino simplemente mantenerse de pie.
La honestidad, esa vieja virtud olvidada,
en un mundo donde la verdad se vende al mejor postor.
Ser honesto te hace débil, te deja sin espada,
porque la mentira, al final, siempre tiene mejor sabor.
Las virtudes nos enseñan a ser mejores,
a caminar rectos en un mundo torcido.
Pero, ¿a qué precio se pagan esos valores,
cuando el camino más fácil es siempre el más retorcido?
Ser virtuoso en este caos es nadar contra la corriente,
es ser ese loco que aún cree en lo correcto.
Pero en un mundo que premia al indiferente,
las virtudes son un faro en el desierto, siempre imperfecto.
Así que sí, hablemos de virtudes, de lo que deberíamos ser,
pero no olvidemos que en este mundo cruel,
a veces, la mayor virtud es simplemente no caer,
seguir adelante, aunque el alma se nos parta en cien.
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