8/16/24

"¿Para Qué Sirve la Filosofía?"

 La filosofía ha sido, desde tiempos inmemoriales, el refugio de aquellos que prefieren perderse en laberintos de ideas abstractas que enfrentar la dura y cruda realidad de la vida cotidiana. Es fácil entender por qué mucha gente se pregunta, a menudo con tono sarcástico y despectivo: "¿Para qué diablos sirve la filosofía?". Esta pregunta, aunque cargada de escepticismo, es legítima, porque para muchos, la filosofía parece una especie de ejercicio intelectual masturbatorio, un deleite en las ideas por el simple placer de pensar. Y así, la mayoría de los mortales, preocupados por pagar sus cuentas, llevar comida a la mesa y sobrevivir en un mundo que no deja espacio para las abstracciones, miran a la filosofía con desprecio o, en el mejor de los casos, con indiferencia.

Pero aquí, en este tratado, no nos vamos a detener en la superficialidad de esas críticas. Vamos a profundizar. Porque, aunque parezca que la filosofía es una actividad inútil, es precisamente en esa aparente inutilidad donde reside su verdadero poder. Y es aquí donde empieza nuestra reflexión.

¿Por qué tanta gente rechaza la filosofía? El hombre común, y me refiero a ese que vive inmerso en sus rutinas diarias, prefiere lo práctico. Quiere respuestas rápidas, soluciones inmediatas. No tiene tiempo para detenerse a pensar en el significado último de la existencia, en la naturaleza de la realidad o en los fundamentos del conocimiento. En este sentido, la filosofía parece ser una pérdida de tiempo. Y en parte, lo es. La filosofía no ofrece soluciones rápidas ni respuestas definitivas. No te dirá cómo hacerte rico ni cómo triunfar en la vida. Y tal vez por eso es tan despreciada. Pero ese desprecio no es más que un reflejo de nuestra cultura actual, obsesionada con el éxito inmediato y el resultado tangible.

La pregunta "¿para qué sirve la filosofía?" es, en el fondo, una pregunta filosófica. Es decir, es una pregunta que requiere un análisis profundo y riguroso para ser respondida. Y aquí es donde comienza el juego. La filosofía, lejos de ser inútil, es el único campo del saber que se atreve a preguntar cosas que otros simplemente dan por sentadas. Mientras que las ciencias buscan explicar el "cómo" de las cosas, la filosofía se atreve a preguntarse el "por qué". Y en esa diferencia radica su verdadero valor.

La utilidad de la inutilidad. El gran filósofo griego Sócrates dijo una vez: "Una vida no examinada no merece ser vivida". Esta sentencia, aunque puede parecer arrogante, es profundamente reveladora. La mayoría de las personas viven sus vidas sin cuestionar nada, sin detenerse a pensar en por qué hacen lo que hacen o en qué significa realmente vivir. La filosofía, en su esencia, es la práctica de la introspección, el ejercicio de detenerse a pensar, no solo sobre el mundo que nos rodea, sino sobre nosotros mismos.

Y aquí es donde se pone interesante. ¿Qué sentido tiene vivir si no te detienes a preguntarte qué significa estar vivo? ¿Qué sentido tiene el éxito material si no reflexionas sobre lo que realmente significa ser exitoso? La filosofía, a diferencia de otras disciplinas, no te da las respuestas; te obliga a hacerte las preguntas correctas. Y en un mundo donde las respuestas se nos presentan en bandeja de plata, muchas veces erróneas o simplificadas, el valor de hacer preguntas es incalculable.

Pero seamos claros, la filosofía no es para los débiles. Pensar duele. Reflexionar sobre la naturaleza de la realidad, sobre la moralidad, sobre el sentido de la vida, no es un ejercicio cómodo. Es un proceso incómodo, perturbador y, a menudo, doloroso. Y aquí está la ironía: la mayoría de las personas rechazan la filosofía precisamente porque no están dispuestas a soportar ese dolor. Prefieren seguir viviendo en la superficialidad, en la ignorancia feliz, en la comodidad de no tener que cuestionar nada.

La relevancia de la filosofía en un mundo práctico. Ahora bien, el hombre práctico, ese que mira con desprecio las abstracciones filosóficas, podría decir: "Todo eso está muy bien, pero a mí no me sirve para nada en mi vida diaria". Este argumento, aunque tentador, es superficial. La filosofía, aunque no te dé una fórmula para hacer dinero o un manual para la felicidad instantánea, te ofrece algo mucho más valioso: te da la capacidad de pensar por ti mismo.

Vivimos en un mundo saturado de información, donde las verdades y las mentiras se mezclan en una maraña de datos contradictorios. En este contexto, el pensamiento crítico, esa habilidad que la filosofía cultiva, es más necesario que nunca. Sin la capacidad de cuestionar lo que se nos presenta como verdad, estamos condenados a ser manipulados, a ser meros engranajes en la maquinaria del poder, de la publicidad, de la política. La filosofía, entonces, no solo sirve para reflexionar sobre cuestiones abstractas; también es una herramienta de emancipación. Nos libera de las cadenas de la ignorancia y nos da el poder de pensar por nosotros mismos.

Un gran empresario, por ejemplo, podría pensar que no necesita la filosofía para tener éxito. Y tal vez tenga razón en un nivel superficial. Pero si ese mismo empresario se detuviera a reflexionar sobre el impacto de sus decisiones, sobre las implicaciones éticas de su negocio, sobre el verdadero propósito de su trabajo, entonces vería que la filosofía no es solo útil, sino esencial. No se trata solo de hacer dinero; se trata de preguntarse para qué sirve el dinero, qué significa el éxito, qué es lo correcto y lo incorrecto. Y esas son preguntas filosóficas, aunque el empresario no lo reconozca.

La filosofía como refugio ante el vacío existencial. Otra razón por la que la filosofía es despreciada es porque nos confronta con nuestras propias limitaciones. Nos obliga a enfrentarnos a preguntas incómodas: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Qué significa ser humano? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, y muchos prefieren evitarlas por completo. Pero al evitarlas, también nos estamos negando a nosotros mismos la posibilidad de vivir una vida verdaderamente plena.

El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre escribió: "El hombre está condenado a ser libre". Esta frase, que puede parecer paradójica, revela una verdad profunda: somos libres para darle sentido a nuestras vidas, pero esa libertad también conlleva una gran responsabilidad. La filosofía nos confronta con esa libertad, con esa responsabilidad de decidir quiénes queremos ser y cómo queremos vivir. Y en un mundo donde muchas personas prefieren seguir la corriente, donde la mayoría se conforma con lo que otros les dicen que deben hacer, la filosofía es un acto de rebelión.

¿Para qué diablos sirve la filosofía?. Sirve para vivir de manera auténtica. Sirve para pensar por uno mismo. Sirve para resistir la manipulación. Sirve para enfrentar el vacío existencial y darle sentido a nuestras vidas. Sirve para ser libres. Y sí, tal vez a muchos no les interese, tal vez prefieran seguir viviendo en la ignorancia feliz, en la comodidad de no pensar. Pero aquellos que se atreven a filosofar, aquellos que se atreven a cuestionar, a reflexionar, a pensar más allá de lo evidente, descubren algo mucho más valioso que el éxito material o el confort: descubren la libertad de ser ellos mismos.

En resumen (y que quede claro, no nos gustan los resúmenes simples), la filosofía es el arte de preguntar, de indagar, de desconfiar de lo fácil. Y en un mundo que constantemente busca simplificar y adormecer el pensamiento crítico, la filosofía es más necesaria que nunca. No para darte respuestas, sino para enseñarte a hacer las preguntas correctas.

Si crees que la filosofía es inútil, entonces quizás nunca te has permitido sentir el poder liberador de pensar por ti mismo. Pero no te preocupes, no todos están hechos para el camino filosófico. Eso sí, aquellos que lo recorren jamás vuelven a ver el mundo de la misma manera. Y eso, mi querido lector, es más valioso que cualquier otra cosa.

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