EL SEXO: LA OBSESIÓN MÁS GRANDE DEL MUNDO Y EL TABÚ MÁS HIPÓCRITA
Ah, el sexo. Ese tema del que todos están obsesionados pero que nadie quiere discutir de frente. No importa en qué parte del mundo estés, el sexo está ahí, en la música, en la publicidad, en el cine, en nuestras mentes. Pero, ¡oh, cuán hipócrita es la sociedad cuando se trata de sexo! Nos bombardean con imágenes sensuales, nos venden productos con cuerpos perfectos, y, al mismo tiempo, nos dicen que debemos ser decentes, que no debemos hablar del sexo abiertamente, que es algo “privado”, “íntimo”, y muchas veces, hasta sucio. En resumen: la contradicción más gloriosa de la humanidad.
Primero, déjame decirlo bien claro: el sexo no es simplemente una actividad biológica destinada a la reproducción. Esa es la excusa más básica y reduccionista que jamás haya existido. Claro, es necesario para perpetuar la especie, pero si ese fuera el único propósito, el mundo no estaría tan obsesionado con ello. El sexo es mucho más: es placer, es poder, es conexión, es identidad, es libertad, y, a veces, es también control. El sexo es una fuerza primitiva y arrolladora, capaz de crear y destruir, de elevarnos a la euforia o arrastrarnos a la desesperación. Y por eso es que todos, absolutamente todos, estamos atrapados en su órbita.
Ahora, hablemos de la gloriosa hipocresía que rodea al sexo. Vivimos en una sociedad que no puede dejar de hablar, pensar o vender el sexo. Todo está sexualizado: la ropa, los coches, los perfumes, hasta los malditos anuncios de yogur. Nos encanta consumir sexo en todas sus formas, pero al mismo tiempo, nos aterra hablar de él abiertamente, como si fuera algo vergonzoso. Nos decimos a nosotros mismos que somos civilizados, que el sexo es algo "privado", que solo debe hablarse en ciertos contextos. ¿Privado? ¡Vamos! Si el sexo fuera realmente privado, las industrias de la pornografía y la publicidad no valdrían miles de millones. ¿Quién creen que están engañando?
Y, por supuesto, cuando finalmente se habla de sexo, lo hacemos a través de filtros morales que a menudo tienen más que ver con el control que con la libertad. Religiones, gobiernos, y hasta nuestros padres nos han metido en la cabeza que el sexo es algo que debe restringirse, regularse, encajonarse. Nos enseñan desde niños que hay cosas que no se deben hacer, que hay formas "correctas" e "incorrectas" de vivir nuestra sexualidad. ¿Por qué? Porque el sexo, en su forma más pura, es una de las formas más potentes de libertad personal. Y, querido lector, la libertad asusta a quienes quieren controlarte.
Y aquí entran los moralistas, aquellos que se suben al púlpito para decirnos cómo deberíamos comportarnos sexualmente. Ellos te dicen que el sexo debe reservarse para el matrimonio, que debe ser entre un hombre y una mujer, que no debe ser disfrutado "demasiado". ¡Por favor! Esa es la trampa más vieja del libro. Lo que realmente quieren es controlar la forma en que experimentas el placer, porque el placer es poder. Si puedes controlar el acceso de las personas al placer, las tienes en la palma de tu mano. Es por eso que el sexo ha sido tabú en tantas culturas durante tantos siglos. Es mucho más fácil gobernar a personas reprimidas y asustadas que a individuos libres y empoderados que se sienten cómodos con su propia sexualidad.
Y no me hagas empezar con la doble moral de la sociedad cuando se trata del sexo masculino versus el sexo femenino. El hombre que tiene muchas parejas sexuales es un "macho", un campeón, un ejemplo a seguir. La mujer que hace lo mismo es, por supuesto, una "puta", una "descarriada". La sociedad nos dice que las mujeres deben ser recatadas, que deben proteger su pureza, que no deben ser demasiado abiertas sobre su deseo sexual. ¡Qué patraña más absurda! Las mujeres tienen tanto derecho como los hombres a disfrutar del sexo sin vergüenza, sin juicios, y sin esa carga ridícula que la sociedad ha impuesto sobre ellas.
Claro, luego está el otro extremo: la pornografía. Aquí es donde la cosa se pone aún más interesante. Por un lado, la sociedad dice que el sexo debe ser algo íntimo y reservado. Por otro lado, la pornografía está a un clic de distancia, al alcance de cualquier persona con conexión a internet. Es una industria masiva que explota la sexualidad humana en su forma más cruda y explícita. Y lo más divertido es que, aunque todos saben que la pornografía existe y que una enorme parte de la población la consume, aún así se habla de ella en susurros, como si fuera algo de lo que avergonzarse. ¿De qué estamos avergonzados exactamente? ¿De ser humanos? ¿De tener deseos? Porque, al final del día, eso es lo que somos: criaturas sexuales.
La verdad es que el sexo es una de las fuerzas más poderosas que nos mueven, y no hay absolutamente nada de malo en eso. El problema es que hemos construido toda una red de normas, expectativas y tabúes alrededor del sexo, y esas normas nos asfixian. Nos asfixian porque nos hacen sentir culpables por desear, por explorar, por querer experimentar el placer en sus múltiples formas. Nos asfixian porque nos hacen vivir de acuerdo con las expectativas de otros, en lugar de nuestras propias necesidades y deseos. Y lo peor de todo es que esas normas y tabúes están diseñados para mantenernos en nuestras pequeñas cajas, dóciles y controlables.
Lo que necesitamos, entonces, es una revolución sexual continua, una que no se limite a los movimientos de los años 60 o 70, sino una que libere verdaderamente a las personas de la vergüenza y el miedo en torno al sexo. Necesitamos ser capaces de hablar de sexo sin tabúes, de explorar nuestras sexualidades sin sentirnos juzgados, de experimentar el placer sin sentirnos culpables. El sexo es parte de lo que nos hace humanos, y reprimirlo es como reprimir nuestra propia naturaleza. Es hora de deshacernos de las cadenas morales que nos atan y abrazar nuestra sexualidad en toda su gloriosa diversidad.
Así que, para terminar, déjame ser claro: el sexo no es el problema. El problema es cómo lo hemos envuelto en capas de culpa, vergüenza y moralidad represiva. El sexo es vida, es libertad, es placer. No dejes que nadie te diga lo contrario.
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