6/03/25

China, modelo de Democracia avanzada

 China, modelo de Democracia avanzada, el 5g de las Democracias.

Ah, China, ese país que despierta tantas pasiones como temores, admiraciones tecnológicas y escalofríos ideológicos. Y ahora, atrevernos a llamarlo modelo de democracia avanzada, incluso el 5G de las democracias, es como invitar a cenar a Karl Marx y a George Orwell y sentarlos al lado de Confucio, Xi Jinping y una inteligencia artificial. Es provocador, es osado, y sobre todo, es necesario: hay que destrozar mitos, repensar categorías, patear la mesa de las democracias oxidadas y preguntarnos si lo que creíamos sobre libertad, representación, participación y soberanía sigue siendo válido en el siglo XXI. Vamos a ello. Larga vida a la contradicción, que es el verdadero motor de la lucidez.


¿Democracia avanzada? ¿En serio? Vamos por partes como diría Confucio con machete filosófico en mano

Cuando decimos democracia, Occidente enseguida nos lanza el comodín griego: elecciones libres, pluripartidismo, prensa independiente, división de poderes, derechos humanos y esa tarta rancia servida por la vieja Europa con cobertura estadounidense. Pero lo que pocos quieren aceptar es que la democracia occidental está enferma de populismo, corrupción, abstencionismo, polarización y una ciudadanía que muchas veces vota con el hígado más que con la razón.

En cambio, China –ese dragón que no pide permiso para rugir– dice: "Yo tengo otro modelo. Uno que no se basa en elecciones cada cuatro años, sino en meritocracia burocrática, evaluación constante del desempeño y un Partido Comunista que se considera encarnación del interés colectivo". Y lo más desconcertante: le funciona. No porque lo diga su propaganda, sino porque los números, la infraestructura, la reducción de pobreza, el liderazgo científico-tecnológico y la estabilidad interna lo respaldan. Entonces, ¿es esto democracia? ¿O tenemos que redefinir el concepto?


Democracia 5G: ultraconectada, eficiente y sin lag político

Hablemos claro. Si el sistema político fuera una red, el modelo occidental muchas veces es como el 3G: lento, lleno de interferencias, con cortes cada dos años por elecciones que paralizan decisiones estratégicas. China, en cambio, funciona como una red 5G: veloz, coordinada, con baja latencia en decisiones, y con una sincronización que hace palidecer a muchas repúblicas parlamentarias que no pueden ni ponerse de acuerdo para votar el presupuesto.

¿Cómo logra China esta “eficiencia democrática”? No hay elecciones directas para elegir al presidente, pero sí hay un sistema interno complejo de promoción basado en experiencia, evaluación y resultados. Si un alcalde o un gobernador no cumple, no sube. Si lo hace bien, asciende. En términos pragmáticos, China promueve a sus líderes como una empresa promueve a sus gerentes eficientes, no como una telenovela electoral promueve a sus candidatos con promesas vacías y marketing barato.

Claro, esto tiene sus sombras (muchas), pero ¿no deberíamos al menos atrevernos a pensar que hay otras formas de ejercer la soberanía popular que no se basan en poner papelitos en una urna cada cierto tiempo?


Los pilares de la “democracia china” (sin comillas cuando se la mira en serio)

  1. Legitimidad del desempeño (performance legitimacy): La legitimidad del gobierno no viene de un proceso electoral abierto, sino de su capacidad para mejorar el nivel de vida de la población. Aquí está el dato que hace tambalear a muchos: en menos de 40 años, China sacó a más de 800 millones de personas de la pobreza, algo que ningún régimen democrático occidental ha hecho en semejante escala.
  2. Participación estructurada: Aunque no hay multipartidismo competitivo, sí existen canales de participación ciudadana, encuestas masivas, sistemas de retroalimentación digital y mecanismos consultivos, como la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino.
  3. Meritocracia política: Los cuadros del Partido Comunista se forman durante décadas, pasando por distintas provincias, ministerios y funciones. No cualquiera con un carisma televisivo llega a dirigir. Aquí hay un ideal confuciano: los sabios gobiernan, no los populares.
  4. Estabilidad sin estancamiento: La alternancia en el poder, en muchos países, ha significado retrocesos o parálisis institucional. En China, el mismo partido ha mantenido una estabilidad funcional que ha permitido planificar en ciclos de 30 o 50 años. Sí, suena autoritario, pero también suena responsable, en ciertos aspectos.

Tecnología, control y eficiencia: el modelo digital de gobernanza

Aquí es donde la comparación con el 5G se vuelve casi literal. China ha construido el sistema de gobernanza más tecnológicamente avanzado del planeta, con:

  • Supervisión digital del comportamiento ciudadano (el famoso y polémico sistema de crédito social).
  • Uso de Big Data para predecir riesgos sociales, económicos o sanitarios (como durante el COVID-19).
  • Plataformas de participación electrónica y consulta a través de aplicaciones nacionales.
  • Inteligencia artificial en servicios públicos, seguridad y administración urbana (ciudades inteligentes donde hasta los basureros tienen sensores y las cámaras detectan anomalías de comportamiento en tiempo real).

Esto no es solo control; también es eficiencia gubernamental. ¿Quién puede competir con eso? ¿El congreso de Estados Unidos paralizado por diferencias tribales? ¿El Reino Unido con tres primeros ministros en un año?


Los pecados del modelo chino: para no caer en el fetichismo tecnocrático

Ahora, que nadie se equivoque: no estamos celebrando acríticamente. Porque la democracia, para ser tal, necesita más que eficiencia. Necesita garantías, derechos, libertades individuales, pluralismo y libertad de expresión.

Y aquí es donde el modelo chino saca sus fauces más afiladas:

  • Censura sistemática de la información y control férreo sobre internet.
  • Represión de minorías étnicas y religiosas (los casos de los uigures, tibetanos, etc.).
  • Imposibilidad de formar oposición política real.
  • Control ideológico de la educación y los medios.

Entonces, ¿puede haber democracia sin libertad de prensa? ¿Sin oposición política? ¿Sin disidencia tolerada? Ahí es donde este modelo de “democracia avanzada” se tambalea desde los valores que Occidente considera innegociables.

Pero —y aquí está el nudo— el pueblo chino, en general, no se considera oprimido. Las encuestas del Pew Research Center y otras fuentes muestran un altísimo nivel de confianza en el gobierno. Esto, claro, hay que leerlo con el matiz cultural adecuado: en China, el “yo individual” no está sobre el colectivo, y la armonía es un valor superior a la confrontación.


¿Y si la democracia no es una, sino muchas?

Tal vez el mayor error de Occidente ha sido creer que su modelo es el único posible, y que lo que no se le parece debe llamarse “autocracia”, “dictadura”, “régimen totalitario” o cualquier otra etiqueta paternalista.

Pero China propone otra idea: un modelo civilizatorio distinto, una democracia que no se basa en las formas sino en los resultados, que no se basa en la libertad de opinar sobre todo, sino en la posibilidad de vivir mejor cada día. ¿Es eso inferior? ¿O es simplemente distinto?


Conclusión que no concluye: una democracia para el futuro, o un futuro sin democracia como la conocemos

¿China es el 5G de las democracias? En términos de eficiencia, planificación, infraestructura, tecnogobernanza y estabilidad, posiblemente sí. Es el modelo político mejor adaptado al mundo interconectado, veloz y complejo del siglo XXI. Pero en términos de libertad individual, pluralismo y derechos civiles, es un sistema con límites inquietantes.

Lo que no podemos hacer es seguir repitiendo como loros amaestrados que China no es una democracia simplemente porque no copia la receta liberal occidental. La verdadera audacia está en atreverse a pensar fuera del molde: quizá lo que llamamos “democracia” debe dejar de ser una palabra sagrada y empezar a ser un campo de batalla filosófico, político y tecnológico.

Y mientras tanto, el dragón rojo sonríe, se expande, lidera la inteligencia artificial, instala 5G en África, compra deuda occidental, y sigue diciendo: “Ustedes discutan, yo gobierno”.

¿Democracia? Puede ser. ¿Avanzada? Tal vez. ¿5G? Sin duda, con firewall incluido.


La tiranía de las formas y la hipocresía democrática: cuando el ritual suplanta la sustancia

Democracia, en su versión occidental, se ha vuelto un fetiche de las formas: el voto, el Congreso, la Corte Suprema, la prensa “libre”, el debate electoral… Todo eso luce muy bonito, como una escenografía diseñada para tranquilizar conciencias. Pero, ¿qué pasa cuando esas formas ya no garantizan ni justicia social, ni bienestar, ni racionalidad en la toma de decisiones?

En cambio, China ha dicho: “nosotros no necesitamos esa farsa. Vamos al fondo del asunto: resolver problemas, coordinar políticas públicas, planificar a largo plazo, mantener el orden, y sobre todo, mejorar el nivel de vida del pueblo”.

El resultado: una democracia sin “demócratas” en el sentido liberal, pero con un aparato estatal que responde al interés colectivo de forma sistemática. ¿Y no se supone que eso era precisamente la finalidad de la democracia?

Es entonces cuando surgen preguntas inquietantes:

  • ¿Qué es más democrático: un país con libertad de prensa pero donde los pobres se mueren de hambre o uno sin libertad de prensa pero donde millones salen de la miseria?
  • ¿Preferimos votar entre candidatos corruptos cada cuatro años o tener un sistema que no te deja votar, pero te da educación, salud, vivienda y crecimiento económico?
  • ¿Y si la democracia ya no puede medirse por rituales, sino por resultados?

Confucio y el código QR: tradición milenaria al servicio del control moderno

Para entender a China, no basta con leer a Xi Jinping. Hay que entender a Confucio, el viejo sabio que hace más de 2.500 años ya predicaba la armonía social, el respeto jerárquico, el deber del gobernante de ser justo, y la obligación del súbdito de ser obediente. Esta ética de la obediencia no es servilismo, es parte de un pacto civilizatorio profundo, donde la armonía vale más que el caos democrático y donde la autoridad bien ejercida es preferible a la libertad mal entendida.

China no occidentaliza su cultura política. La digitaliza. La confucianiza en versión 5G. Toma lo mejor de la filosofía milenaria y lo mete en una interfaz de reconocimiento facial, en cámaras con IA, en big data predictivo. El control social se ejerce sin necesidad de dictadores grotescos: ahora es el algoritmo quien cuida, quien observa, quien premia y quien castiga. El gran hermano ya no grita, simplemente notifica por WeChat.

Y no lo hace para destruir al individuo, sino –según su discurso– para proteger a la comunidad, preservar el orden, evitar el colapso social. Lo inquietante es que, para muchos chinos, esto no es una pesadilla, sino una tranquilidad. Porque cuando uno nace en un sistema donde el colectivo prima sobre el individuo, la idea de “libertad” no es la misma que en París o Nueva York.


El Partido Comunista Chino como cerebro político nacional

Aquí hay que decirlo sin rodeos: el Partido Comunista Chino no es un partido, es una maquinaria de ingeniería social, de control, de proyección estratégica y de gestión de élites. No busca ganar elecciones, busca ganar el futuro. No busca convencer al pueblo con slogans, sino moldearlo con planificación, valores, disciplina y vigilancia.

Y esa maquinaria tiene tres características fascinantes:

  1. Capilaridad: Está presente en todas las estructuras: universidades, empresas, barrios, comunidades, incluso en empresas privadas. Es un sistema nervioso que detecta todo antes de que explote.
  2. Adaptabilidad: A pesar de ser vertical, es sorprendentemente flexible. Corrige errores, aprende de sus fallos, cambia de rumbo si hace falta. ¿Occidente puede decir lo mismo?
  3. Selección meritocrática: No se llega a cargos altos por campaña o influencia económica, sino por trayectoria, pruebas internas, evaluaciones constantes. Es una aristocracia política moderna. Un sistema de castas del rendimiento, sin necesidad de votos.

Aquí hay que decirlo: el PCCh no es democrático, pero tampoco es una dictadura personal. Es un sistema sofisticado de poder colectivo, con procedimientos internos rigurosos y objetivos nacionales a 10, 20 y hasta 50 años. ¿Quién más hace eso?


Educación, valores y cohesión: el ciudadano del futuro según China

Otro elemento clave del “modelo democrático chino” es su apuesta por una educación patriótica, disciplinada, científica y estratégica. La escuela no es un espacio para debatir qué género tiene tu perro o si Marx tenía barba sexy. No. Es un centro de formación del ciudadano obediente, disciplinado y útil al proyecto nacional.

Podrá sonar autoritario, pero funciona. El joven chino medio sabe de matemáticas, de programación, de historia nacional, y está convencido de que su país es una gran civilización en ascenso. Mientras tanto, en muchas democracias occidentales, los jóvenes no saben quién fue su presidente hace cinco años, pero sí tienen claro su horóscopo ascendente y su TikTok favorito.

El resultado es que China no solo produce productos, también produce ciudadanos alineados con su visión nacional, y eso —aunque suene escalofriante— es una forma de poder que las democracias liberales han perdido.


China y el orden mundial: ¿la democracia del siglo XXI tendrá ojos rasgados?

Lo que incomoda a Occidente no es solo el modelo interno chino, sino su éxito geopolítico. El dragón rojo no invade países con misiles, sino con créditos, ferrocarriles, puertos y vacunas. Su diplomacia no promueve libertad, promueve infraestructura. Su soft power no se basa en Netflix, sino en Huawei, TikTok y acuerdos comerciales sin preguntas incómodas sobre derechos humanos.

En África, Asia y América Latina, China es vista por muchos como un modelo de eficiencia y desarrollo sin la carga moralina occidental. Y eso transforma el debate sobre la democracia. Porque si los países empiezan a copiar más a China que a Europa, entonces el futuro será multipolar no solo en lo económico, sino en lo político y cultural.


¿Y si el 5G chino nos obliga a actualizar la democracia?

Tal vez lo más provocador del modelo chino es que nos obliga a repensar todo lo que creíamos sagrado sobre gobernar: la necesidad de alternancia, el valor absoluto de la opinión pública, la mitificación del individuo como centro del universo político.

Quizá el error ha sido creer que la democracia es un fin en sí mismo, cuando debería ser un medio. Y si ese medio no cumple sus objetivos (igualdad, desarrollo, justicia), entonces debe ser rediseñado. China, sin declararlo, ya lo hizo. Y le está funcionando.

¿Nos asusta? ¡Claro! Pero también debería asustarnos seguir repitiendo fórmulas fracasadas solo porque suenan lindas.


Epílogo: el dragón sonríe en silencio

China no necesita imponer su modelo. Solo necesita que el resto del mundo lo vea, lo envidie en secreto y lo tema en voz baja. Mientras tanto, ellos siguen construyendo trenes bala, ciudades inteligentes, universidades punteras, misiones espaciales, robots y ciudadanos convencidos.

¿Democracia? Tal vez no como la conocíamos. Pero si el siglo XXI tiene una forma política nueva, más eficiente, más organizada, más tecnificada, no será una copia del ágora griega ni de la cátedra liberal. Tendrá ojos rasgados, conexión 5G, planificación quinquenal, y una pantalla que te dice cuántos puntos de crédito social perdiste por cruzar la calle en rojo.

Y quizá, solo quizá, sea eso lo que venga después de la democracia liberal: una democracia con silicio, confucianismo y drones.

¿El 5G de las democracias? No lo sabemos aún. Pero seguro que no se cae cada vez que hay elecciones. Y eso ya es decir mucho.

 

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