5/29/25

La evolución del concepto de inteligencia: de los dioses al algoritmo


Por: CC 

I. Introducción: ¿Qué significa “ser inteligente”?

Hablar de inteligencia es adentrarse en uno de los territorios más disputados del pensamiento humano. A lo largo de la historia, la inteligencia ha sido entendida como don divino, capacidad de razonamiento, facultad de adaptación, intuición, talento innato, construcción cultural e incluso como un patrón cuantificable. No existe, ni ha existido, una única definición de inteligencia. Lo que ha cambiado es el enfoque desde el cual se observa: teológico, filosófico, científico, psicológico, sociológico y, más recientemente, digital.

Este artículo traza una genealogía crítica del concepto de inteligencia desde sus orígenes mítico-religiosos hasta su concepción contemporánea en el contexto de la inteligencia artificial (IA). Se explorarán las diversas formas en las que ha sido interpretada, valorada, medida y utilizada como herramienta de clasificación social y dominación cultural. Este recorrido es, a su vez, una crítica mordaz al reduccionismo de la inteligencia a fórmulas estadísticas, a pruebas de selección, a algoritmos de reconocimiento facial o a rankings académicos que segregan más que explican.

Porque hablar de inteligencia no es simplemente preguntarse qué tan listo eres, sino quién define lo que significa ser “listo”.


II. Inteligencia mítica y religiosa: el saber como don divino

En las culturas antiguas, la inteligencia era vista como un atributo de los dioses o como un regalo divino que algunos humanos recibían. En la tradición judeocristiana, la sabiduría —como parte del concepto general de inteligencia— era una cualidad otorgada por Dios a hombres selectos, como Salomón. El rey sabio no era sabio por esfuerzo racional, sino porque había sido agraciado por el cielo.

Los mitos griegos ofrecían otra interpretación: Prometeo roba el fuego —símbolo del conocimiento y de la inteligencia técnica— a los dioses para entregarlo a los hombres. La inteligencia, entonces, es transgresión, desobediencia, emancipación. No es solo don, sino peligro. Quien piensa, desafía. Quien razona, incomoda.

En las cosmogonías orientales, como el taoísmo o el budismo, la inteligencia no está en el razonamiento lógico, sino en la armonía con el todo, en la intuición del vacío, en la comprensión que no necesita palabras. Es una inteligencia sin ego, no competitiva, no medible, no objetivable. Una inteligencia espiritual.


III. Filosofía griega: de la razón a la sofía

Con el nacimiento de la filosofía en la Antigua Grecia, la inteligencia comenzó a desligarse de lo meramente religioso. Platón y Aristóteles ofrecieron visiones estructuradas sobre lo que significa pensar, comprender, razonar. Para Platón, la inteligencia era el alma racional, el acceso al mundo de las Ideas; una facultad para captar la verdad más allá de las apariencias. Para Aristóteles, la nous (inteligencia) era una de las funciones superiores del alma humana, ligada al entendimiento abstracto y a la capacidad de discernir lo universal.

Por su parte, los sofistas ya habían puesto en duda la idea de una inteligencia única, al defender que todo saber era relativo y dependía del contexto. De allí derivó una de las disputas más interesantes: ¿la inteligencia es objetiva y universal, o es un constructo moldeado por la cultura?

Con los estoicos, la inteligencia adquiere un matiz ético: no es solo capacidad cognitiva, sino dominio sobre sí mismo, razón ordenadora de las pasiones. Pensar bien no es solo conocer, sino actuar con sabiduría.


IV. Edad Media: fe, razón y el conflicto eterno

Durante la Edad Media, la inteligencia fue reinterpretada a través del lente teológico. Santo Tomás de Aquino, influenciado por Aristóteles, defendió la existencia de una razón natural que debía estar subordinada a la razón divina. La inteligencia humana podía acceder a ciertas verdades, pero las verdades últimas eran reveladas por la fe. El conocimiento racional debía rendirse ante el misterio.

En el islam, filósofos como Avicena y Averroes tradujeron y reinterpretaron a Aristóteles, desarrollando nociones sofisticadas de intelecto activo e intelecto pasivo, influyendo posteriormente en la escolástica cristiana. La inteligencia, para ellos, era la conexión del alma con lo eterno, lo divino, a través del pensamiento puro.

La inteligencia seguía siendo un privilegio de las élites, tanto religiosas como académicas. Las mujeres, los campesinos, los “bárbaros” no eran considerados capaces de pensamiento elevado. La inteligencia se usaba como herramienta de exclusión.


V. Renacimiento e Ilustración: la inteligencia como razón universal

El Renacimiento trajo consigo una recuperación de la racionalidad clásica y una exaltación del ser humano como centro del universo. Aparecieron las primeras nociones de individuo autónomo, con capacidad para pensar por sí mismo. Leonardo da Vinci representó la inteligencia como capacidad de observación, invención, creatividad, es decir, como una fusión de arte, ciencia y técnica.

Con Descartes, la inteligencia se redefine como razón clara y distinta. El famoso “Pienso, luego existo” inaugura la era moderna del pensamiento: el sujeto racional se convierte en la medida de todas las cosas. La inteligencia es ya no un regalo divino, sino una facultad natural, universal y democrática (aunque, en la práctica, seguía siendo excluyente).

La Ilustración llevó esta idea al extremo: la inteligencia era el arma para destruir la superstición, el dogma, la monarquía. Kant, por ejemplo, la concibió como la capacidad de pensar por sí mismo, sin la tutela de otros. La inteligencia, ahora, era emancipadora, crítica, revolucionaria.


VI. Siglo XIX: psicología, medición y racionalización del intelecto

Con el avance de la ciencia moderna, especialmente la psicología y la biología, la inteligencia empezó a entenderse como un fenómeno cuantificable. Aparecen las primeras escalas de medición: el coeficiente intelectual (CI), creado por Alfred Binet y luego popularizado por Lewis Terman en Estados Unidos.

La inteligencia se transformó en número. Se la objetivó, se le puso nota. Esta visión, aunque útil en términos comparativos, fue profundamente criticada por ser reduccionista, culturalmente sesgada y socialmente peligrosa. El CI se utilizó como justificación para la segregación racial, las políticas de inmigración, la exclusión educativa.

Simultáneamente, Darwin y los evolucionistas vieron la inteligencia como un rasgo adaptativo. Los más inteligentes eran los más aptos para sobrevivir. El darwinismo social utilizó esta idea para justificar la desigualdad: si eras pobre o ignorante, era porque tu inteligencia era baja, y por lo tanto, merecido.


VII. Siglo XX: múltiples inteligencias, inteligencias emocionales, inteligencias sociales

Durante el siglo XX, la psicología evolucionó hacia modelos más complejos. Howard Gardner, por ejemplo, propuso la teoría de las inteligencias múltiples, defendiendo que no existe una sola forma de inteligencia, sino al menos ocho: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal-cinestésica, interpersonal, intrapersonal y naturalista.

Daniel Goleman, por su parte, popularizó el concepto de inteligencia emocional, entendida como la capacidad de reconocer, manejar y utilizar las emociones de forma constructiva. Esta perspectiva abrió la puerta a la idea de que una persona puede ser brillante académicamente, pero torpe emocionalmente. Y viceversa.

Robert Sternberg habló de una inteligencia práctica, útil para resolver problemas cotidianos, y una inteligencia creativa, capaz de generar soluciones nuevas. La inteligencia dejó de ser un monolito para convertirse en un sistema dinámico, contextual y multifactorial.


VIII. Inteligencia artificial: la revolución del concepto

La irrupción de la inteligencia artificial a mediados del siglo XX trastocó todos los paradigmas. ¿Puede una máquina ser inteligente? ¿Puede razonar, aprender, crear? ¿Qué implica “inteligencia” cuando ya no es exclusivamente humana?

Alan Turing formuló su célebre test, proponiendo que una máquina puede considerarse inteligente si puede engañar a un humano haciéndole creer que también lo es. Esta definición operativa abrió una puerta filosófica sin retorno. Desde entonces, la inteligencia ya no se define únicamente por su naturaleza, sino por su función observable.

Los modelos de IA actuales, basados en redes neuronales, aprendizaje profundo y procesamiento de lenguaje natural, son capaces de generar textos, traducir idiomas, diagnosticar enfermedades, componer música e incluso escribir poesía. Pero ¿eso es ser inteligente? ¿O es solo imitar inteligencias humanas?


IX. Críticas contemporáneas: inteligencia como ideología

Autores como Bourdieu han criticado duramente la forma en que se utiliza la idea de inteligencia como herramienta de poder simbólico. Los sistemas educativos, los exámenes, las pruebas de admisión no miden realmente la inteligencia, sino la capacidad de adaptación a una cultura dominante. La inteligencia, así, se convierte en ideología: un modo de justificar privilegios.

Byung-Chul Han va más allá: en la era digital, la inteligencia se ha transformado en rendimiento. Somos medidos, evaluados, puntuados constantemente. La inteligencia ha sido capturada por el capitalismo de plataformas, que traduce todo pensamiento en datos y algoritmos. Ya no se piensa: se optimiza.


X. Hacia una redefinición: inteligencia relacional, ecológica, colectiva

En oposición a estos modelos reduccionistas, se ha empezado a hablar de inteligencia colectiva (Pierre Lévy), inteligencia ecológica (Daniel Goleman) e incluso de inteligencia vegetal y animal (Stefano Mancuso). La inteligencia ya no sería solo una función del cerebro humano, sino una propiedad distribuida, relacional, interconectada.

La sabiduría de los pueblos originarios, la cooperación de los enjambres de abejas, la capacidad de las plantas para comunicarse químicamente, los sistemas de pensamiento de red: todo eso apunta a una inteligencia que no es competitiva, ni individualista, ni jerárquica, sino ecosistémica.


XI. Conclusión: ¿qué futuro le espera al concepto de inteligencia?

Lo que llamamos inteligencia ha cambiado tanto que quizás sea hora de abandonarla como categoría fija. Hoy, más que nunca, necesitamos una visión plural, diversa y crítica. Una inteligencia que no mida, sino que entienda. Que no excluya, sino que integre. Que no jerarquice, sino que dialogue. Que no sea propiedad de unos pocos, sino capacidad compartida.

Porque si la inteligencia no nos hace más humanos, entonces no es inteligencia, sino arrogancia camuflada.

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