Sobre el acto de escribir, ese artificio delicado y a menudo caprichoso que se despliega entre los dedos y el papel, o en la era moderna, entre los dedos y el teclado. ¡Ah, escribir! Esa actividad tan noble que, en su esencia, es igual a pintar un cuadro en la mente del lector, pero usando palabras en lugar de pinceladas. Pero no nos engañemos, escribir no es siempre un acto de pura inspiración divina. No, muchas veces es más parecido a intentar llenar un balde agujereado con ideas que se escurren más rápido de lo que uno puede atraparlas.
Veamos, por ejemplo, el inicio de cualquier escrito. Ahí está uno, sentado frente a una página en blanco, esperando que las musas de la inspiración desciendan y besen su mente. Pero, ¿qué sucede? Nada, absolutamente nada. Las musas están ocupadas, quizás tomando café en algún rincón del Olimpo, riéndose de los mortales que intentan desesperadamente escribir algo coherente. Y así pasan las horas, con uno mirando fijamente la pantalla o el papel, esperando ese chispazo de genialidad que parece haberse perdido en el camino.
Luego, cuando finalmente las palabras comienzan a fluir, surge otro desafío: la autocensura. Ese crítico interno que nos dice que lo que estamos escribiendo no es lo suficientemente bueno, que podría ser mejor, que tal vez deberíamos empezar de nuevo. Ese crítico que nos lleva a pulir una y otra vez la misma frase hasta que pierde todo su significado y se convierte en un amasijo de palabras sin vida.
Pero supongamos que superamos esa etapa y logramos escribir un par de párrafos. Entonces, nos damos cuenta de que lo que hemos escrito no tiene sentido. Que hemos empezado hablando de un tema y, de repente, sin saber cómo, hemos terminado en otro completamente diferente. ¿Cómo ha sucedido? ¿En qué momento perdimos el rumbo de nuestras propias palabras? Es uno de los misterios de la escritura, un arte que a veces parece tener vida propia, llevándonos por senderos inesperados.
Y hablemos del bloqueo del escritor, esa bestia temible que acecha en las sombras, lista para saltar sobre nosotros en el momento menos esperado. Ese momento en que las palabras simplemente se niegan a salir, en que la mente se queda en blanco y no hay forma de avanzar. Es como si todas las ideas hubieran decidido tomar unas vacaciones sin previo aviso, dejándonos solos y desesperados frente a la inmensidad de la página en blanco.
Pero, ¡oh sorpresa! Cuando por fin logramos vencer el bloqueo y las palabras vuelven a fluir, nos topamos con otro obstáculo: la distracción. Ahí estamos, escribiendo diligentemente, cuando de repente, un sonido, una notificación, un pensamiento aleatorio, nos saca de nuestra concentración y nos lleva a perder horas en laberintos de procrastinación. Quizás terminamos en las redes sociales, o mirando videos de gatos en internet, y cuando volvemos en sí, nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado y hemos escrito muy poco.
Y ni hablemos del proceso de revisión. Ese momento en que leemos lo que hemos escrito y nos damos cuenta de que no es tan brillante como pensábamos. Que hay errores, que algunas partes no tienen sentido, que otras son aburridas. Y entonces empezamos el tedioso proceso de editar, cortar, añadir, reescribir, en un ciclo interminable que parece no llevar a ninguna parte.
Pero a pesar de todos estos desafíos, a pesar de las frustraciones y las dificultades, seguimos escribiendo. Porque en el fondo, sabemos que hay algo mágico en este acto. Algo que nos permite crear mundos, dar vida a personajes, explorar ideas, emociones, universos enteros que existen solo en nuestra imaginación y en las palabras que logramos plasmar.
Escribir es, en muchos sentidos, un acto de valentía. Es desnudar el alma, exponer nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos al juicio del mundo. Es un acto de fe, la creencia de que lo que tenemos que decir vale la pena, de que nuestras palabras pueden tocar a alguien, en algún lugar.
Y es también un acto de amor. Amor por el lenguaje, por la belleza de las palabras bien escogidas, por la elegancia de una frase perfectamente construida. Amor por las historias, por los personajes que se vuelven tan reales para nosotros como cualquier persona de carne y hueso. Amor por los lectores, esos desconocidos que, de alguna manera, se conectan con lo que hemos escrito, que encuentran en nuestras palabras algo que resuena en su propia experiencia.
Por eso, a pesar de todo, seguimos escribiendo. Porque en el fondo, sabemos que es algo que tenemos que hacer. Es una parte de quiénes somos, una manera de entender el mundo y de entender a nosotros mismos. Y aunque a veces parezca una tarea imposible, aunque a veces sintamos que estamos luchando contra molinos de viento, seguimos adelante.
Porque escribir es más que poner palabras en un papel. Es un acto de creación, de exploración, de descubrimiento. Es encontrar la belleza en lo ordinario, la verdad en la ficción, la luz en la oscuridad. Es un viaje que nos lleva a lo más profundo de nosotros mismos y, al mismo tiempo, nos conecta con algo mucho más grande.
Así que sí, escribir es difícil. Es frustrante, es confuso, es a veces desesperante. Pero también es maravilloso, es liberador, es profundamente satisfactorio. Y es algo que, una vez que lo hemos experimentado, no podemos dejar de hacer.
Porque al final del día, escribir es una manera de vivir. Es una manera de ver el mundo, de interactuar con él, de dejar nuestra huella en él. Y aunque el camino sea difícil, aunque nos encontremos con obstáculos y desafíos, seguimos adelante. Porque sabemos que al otro lado de esas dificultades, hay algo hermoso esperándonos. Algo que vale la pena el esfuerzo, algo que hace que todo valga la pena.
Así que, a todos los escritores, a todos los que alguna vez han sentido la llamada de las palabras, les digo esto: sigan escribiendo. No importa cuán difícil sea, no importa cuántas veces se sientan perdidos o frustrados. Sigan escribiendo, porque lo que están haciendo es importante. Porque lo que están haciendo es mágico. Y porque, en el fondo, escribir no es solo un acto de crear, sino un acto de esperanza. La esperanza de que nuestras palabras, de alguna manera, hagan del mundo un lugar un poco mejor.
12/01/23
EL ACTO DE ESCRIBIR
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