Sobre el acto de leer, esa gloriosa y a veces temida empresa, podemos decir que es tanto un arte como una ciencia, y, para algunos, una forma de tortura sofisticada. Imagínese, allí está uno, sentado o recostado, enfrentándose a una maraña de símbolos oscilantes sobre el papel, que en su crueldad inmutable demandan ser descifrados. Es como si cada palabra fuera un pequeño jeroglífico que se burla de nuestra ignorancia, y nosotros, los lectores, nos convertimos en arqueólogos ansiosos por descubrir los secretos de una civilización perdida.
En esta era de gratificación instantánea, donde un vídeo de gatos haciendo travesuras puede captar nuestra atención en segundos, la lectura se erige como un bastión de resistencia. Es una lucha constante contra la distracción, un ejercicio de pura voluntad. Uno debe ser como un monje en su celda, absorto en las sagradas escrituras, mientras el mundo exterior sigue girando en su frenético baile de estímulos.
¿Y qué decir de los libros en sí mismos? Esos tomos pesados, cubiertos de polvo, con su olor a moho y sabiduría. Al abrir uno, se libera una nube de historia, cada página un susurro de voces pasadas. Es como entrar en una casa antigua, con sus crujidos y susurros, donde cada rincón alberga un fantasma de alguna idea olvidada o una teoría desacreditada.
Luego está el acto de elegir un libro. Oh, la agonía de la elección. Las librerías y bibliotecas se convierten en laberintos tortuosos, donde cada pasillo es una promesa de aventuras y conocimientos inimaginables. Pero también son trampas mortales de indecisión. Uno puede pasar horas, días, semanas, vagando entre estanterías, paralizado por el temor a comprometerse con una sola historia.
Y una vez que se ha elegido un libro, comienza la verdadera batalla. El primer capítulo es como un primer encuentro incómodo. Uno tantea, intenta encontrar un ritmo, un sentido de familiaridad. Pero las palabras son esquivas, se retuercen y se escabullen, riéndose de nuestros torpes intentos por entenderlas.
A medida que avanza la lectura, uno puede encontrarse con personajes tan reales que parece que pudieran salir de las páginas y sentarse a tomar un té con nosotros. O tal vez son tan planos y aburridos que uno se pregunta si el autor los creó durante una siesta. Y las tramas... algunas son tan enrevesadas que requerirían un equipo de detectives para desentrañarlas, mientras que otras son tan predecibles que uno podría escribir el final después de leer el primer párrafo.
Pero persistimos, porque en algún lugar, en lo profundo de nuestras almas lectoras, sabemos que hay tesoros escondidos en esos montones de palabras. Cada tanto, una frase brilla con una claridad asombrosa, un pensamiento se articula de tal manera que parece haber sido extraído directamente de nuestro propio corazón. En esos momentos, la lectura se convierte en algo mágico, una conexión trascendental con otro ser humano a través del tiempo y el espacio.
Entonces llegamos al final del libro, y ahí es donde las cosas se ponen realmente interesantes. Si el libro es bueno, uno se siente como si hubiera perdido a un amigo. Hay un vacío, una sensación de duelo. Si el libro es malo, es como despertar de una pesadilla, con una sensación de alivio mezclada con asombro por haber sobrevivido a la experiencia.
Pero lo más importante del acto de leer es lo que nos hace a nosotros como individuos. A través de los libros, exploramos mundos desconocidos, vivimos vidas que nunca podríamos vivir, sentimos emociones que nunca sabíamos que existían. Nos convertimos en exploradores, aventureros, soñadores. La lectura nos expande, nos desafía, nos cambia.
En esencia, leer es embarcarse en una de las aventuras más emocionantes, frustrantes, enriquecedoras y, a veces, absurdamente complicadas que uno puede experimentar. Es un viaje a través de las palabras, un baile con las ideas, una lucha eterna con la página en blanco. Y, a pesar de sus desafíos, o quizás debido a ellos, es una actividad que, una vez que se ha saboreado, se convierte en una adicción de por vida, un amor que nunca se desvanece, una pasión que arde con un fuego inextinguible.
12/01/23
EL ACTO DE LEER
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