11/17/19

Le Clezio J M G

Todo ser humano es el resultado de un padre y de una madre. Se puede no reconocerlos, no quererlos, se puede dudar de ellos. Pero están allí, con su cara, sus actitudes, sus modales y sus manías, sus ilusiones, sus esperanzas, la forma de sus manos y de los dedos del pie, el color de sus ojos y de su pelo, su manera de hablar, sus pensamientos, probablemente la edad de su muerte, todo esto ha pasado a nosotros.
Laila, una niña marroquí, es raptada de su aldea en las montañas y vendida a los seis años a Lalla Asma, una anciana que la instruye y que se convierte en su abuela. Cuando, ocho años después, muere Lalla Asma, Laia huye y se refugia en un fondac, en realidad una casa de «princesas» que hacen las delicias de los hombres. Pero hasta allí, con fines dudosos, la persigue el hijo de Lalla Asma. Laila, atemorizada como un pececillo dorado, sólo piensa en alejarse de esos hombres que la tratan con un sospechoso afecto. Tras esconderse unos meses en un barrio paupérrimo, se marcha a París ilegalmente con Huriya, una de las «princesas» del fondac. La gran metrópoli la fascina, aunque la condena a la más absoluta marginalidad. Rodeada de los personajes más variopintos, encuentra en la literatura su tabla de salvación, pero, sólo tras un azaroso periplo, será la música la que la devolverá a sus raíces.
Corre el año 1872 cuando en una taberna parisiense irrumpe desafiante el poeta Arthur Rimbaud y amenaza a la clientela. Diecinueve años después, Jacques Archambau, un joven médico que de niño asistió atónito a la tormentosa escena y que ignora cuán ligado se halla su destino al del célebre poeta, embarca en el Ava con su esposa Suzanne y su hermano Léon rumbo a la isla Mauricio, su tierra natal. Allí les espera el gran clan familiar que antaño expulsara al padre de Jacques y Léon. Sin embargo, tras declararse dos casos de cólera en el barco, los pasajeros -un puñado de europeos y multitud de indios contratados para la recolección de la caña de azúcar- se ven obligados a desembarcar en la isla Plate, frente a Mauricio, para pasar la cuarentena.
En medio de la bulliciosa y, al mismo tiempo, mediocre cotidianidad, tal vez sólo los niños sean capaces de apreciar la belleza del universo. Desde esa mirada inocente e infantil, Le Clézio relata ocho historias llenas de sensibilidad y melancolía sobre la búsqueda de la verdadera libertad, en las que los protagonistas, enfrentándose a la alienación agresiva de la civilización contemporánea y del mundo adulto, parten a la aventura para alcanzar sus sueños. Así, Mondo, un niño-poeta, bohemio y huérfano, pasea por la orilla del mar o por las calles atestadas, rodeado de amigos y seres marginales capaces de comprenderle, de enseñarle cosas nuevas: sus ojos asombrados embellecen la percepción que los demás tienen de la realidad. Y como él, Lullaby, la niña que una mañana decide no volver al colegio para disfrutar del mar, Jon, que escala el Reydarbarmur, la montaña del dios viviente desde la que pueden tocarse las nubes, o Pequeña Cruz, que mira el cielo mientras se pregunta qué es el azul.
En marzo de 1948, Fintan Allen, que apenas tiene doce años, sube temeroso con su madre, la italiana Maou, a bordo de un buque que zarpa de Francia con destino a Onitsha, a orillas del río Níger. Allí les espera Geoffroy Allen, un inglés que trabaja para la compañía comercial United África y que partió a Onitsha movido por sus fantasiosos deseos de recorrer Egipto y Sudán para buscar las huellas de Meroe, el «último reino del Nilo». Mientras Maou cree que el reencuentro con su marido será el comienzo de una época feliz, Fintan desconfía de ese desconocido que es su padre y de lo que le aguarda en ese remoto continente. Lo cierto es que África ha abrasado a Geoffroy «como un secreto, como una fiebre», y que éste ha quedado cautivado por las creencias y la historia de varios de sus antiquísimos pueblos. Y Maou y Fintan descubren, cada uno a su manera, un mundo nuevo, poblado por personajes singulares, como Okawho, Oya o Sabine Rodes. Ninguno de los tres, no obstante, se siente a gusto entre los blancos que componen la colonia, lo que les acarreará graves problemas. Veinte años después, Fintan, profesor en Bristol, comprenderá que todo lo que vivió y vio en África lo marcó para siempre.



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