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Quien abra
las páginas de este libro maravilloso sabrá, en primer lugar, por qué fue necesario
que un ministro británico resultase herido en la nalga izquierda para que
Darwin llegase a escribir El origen de las especies. Atrapado por esta
fascinante historia, el lector irá disfrutando de otras muchas en las que se
habla de dinosaurios, de por qué los teclados de los ordenadores tienen las
letras distribuidas de manera absurda e ineficaz, del orgasmo femenino y los
errores de Freud, de las maravillas del ornitorrinco, del viaje censurado de
Gulliver... Desde luego que Gould pretende entretenernos, pero lo que le
importa, sobre todo, es familiarizarnos con la realidad de la ciencia y
mostrarnos cuánto importa su conocimiento para nuestras vidas.
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En este
libro, Stephen Jay Gould, se enfrenta al viejo dilema que han tenido que
afrontar los intelectuales desde el Renacimiento para proponernos que, en vez
de seguir escogiendo entre ciencia y religión, optemos por un punto medio que
reconozca la dignidad de ambos mundos. Es decir, que la ciencia defina el
mundo natural y la religión, y que ambas puedan cohabitar respetuosamente.
Para sustentar su propuesta, el autor se sumerge en la historia de la ciencia
y asedia las figuras de científicos y líderes morales que, a lo largo de los
tiempos tuvieron que enfrentarse a dilemas de fe y razón. Galileo o Darwin
ejemplifican el argumento del autor de que los individuos y las culturas
deben cultivar tanto la vida espiritual como una constante interrogación
racional para experimentar plenamente las potencialidades de la condición
humana.
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Stephen Jay
Gould, el más famoso de los científicos naturales de nuestro tiempo, nos ha
enseñado a entender la ciencia y a comprender el mundo con agudeza y buen
humor. Todos sus libros son piezas esenciales del bagaje cultural que
necesitamos. En este libro nos muestra el poder explicativo de la teoría
evolutiva a partir de singularidades aparentemente misteriosas e intrigantes:
«¿Por qué ningún gran animal se desplaza sobre ruedas? ¿Cómo puede inducirse
a las gallinas a que desarrollen dientes, cuando hace más de cincuenta
millones de años que no se han formado en ninguna ave? ¿Por qué coincidió la
desaparición de los dinosaurios con la extinción de gran parte de los
invertebrados marinos? Las cebras, ¿Son blancas con franjas negras, o negras
con franjas blancas?»
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Como en La
vida maravillosa o en «Brontosaurus» y la nalga del ministro, S. J. Gould
despliega en este libro las maravillas de la naturaleza y fija nuestra
atención sobre algunas cuestiones enigmáticas: ¿qué nos dicen el extraño
pulgar del panda, las migraciones de las tortugas marinas y la diversidad de
los «peces pescadores» acerca de las imperfecciones que hacen de la
naturaleza «una magnífica chapucera y no un divino artífice»? ¿Qué prejuicios
racistas se esconden tras el término «mongolismo», acuñado por Down?
¿Cabríamos dentro de la célula de una esponja? Pero S. J. Gould no nos
desvela el secreto de estas y otras muchas cuestiones sólo para entretener nuestro
ocio, sino que utiliza estas fascinantes curiosidades para ilustrarnos acerca
de la teoría de la evolución -«las rarezas de la naturaleza nos permiten
poner a prueba las teorías sobre la historia de la vida y su significado»- y
para mostrarnos que del conocimiento de la naturaleza podemos deducir
«mensajes para nuestras vidas» y una mejor comprensión de las paradojas de la
condición humana.
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El descubrimiento
del -tiempo profundo- en geología (o, mejor dicho, su aceptación
prácticamente general como algo incuestionable) es relativamente reciente.
Hasta prácticamente finales del siglo pasado se hallaba ampliamente extendida
la idea -originada a partir de una interpretación excesivamente literal e
ingenua de la Biblia- de que el hombre apareció en la Tierra hace menos de
cinco mil años, y sólo las pruebas irrefutables proporcionadas por la
geología, la antropología, y la biología modernas, han hecho que tal idea
haya sido (casi) universalmente abandonada. En La flecha del tiempo se
analizan detalladamente las teorías más relevantes en la polémica sobre el
tiempo profundo en geología y en el debate acerca de su naturaleza lineal o
cíclica. Stephen Jay Gould utiliza sus extensos conocimientos de geología y
antropología, así como su amplia información en la historia de estas
disciplinas, para presentarnos un documentado estudio sobre los avatares de
la idea de tiempo geológico profundo y del desarrollo del concepto del tiempo
geológico progresivo frente al concepto rival de ciclos temporales
geológicos, llevando a cabo un minucioso análisis de la obra de los
personajes más importantes en esta controversia, en particular de la
concepción cíclica de Charles Lyell.
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Este libro
trata de contestar desde el punto de vista de la ciencia las preguntas de
«qué significa nuestra vida, por qué estamos aquí y de dónde venimos», nos
dice el autor. Su objeto central es la historia de la vida y su punto de
partida los fósiles encontrados en 1909 en Burgess Shale: unos fósiles que
databan de hace 530 millones de años, mostraban infinitas variedades
biológicas y sobrepasaban, con mucho, a los dinosaurios en su potencial
instructivo sobre la historia de la vida. A partir del estudio de estos
fósiles, Stephen Jay Gould llegó a unas conclusiones que echaron por tierra
la visión tradicional de la evolución como un proceso inevitable que, de lo
más simple a lo más complejo, culminaba en el hombre. A las leyes de la
naturaleza y de la historia, que explican la evolución de los seres vivos y
la muestran como un progreso continuo, Gould añadió el azar y la contingencia
y revolucionó, con esta obra trascendental, las ideas admitidas sobre la
historia de nuestra maravillosa vida.
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La
relación entre la evolución del individuo y la evolución de las especies
constituyó el gran debate de la biología evolutiva. «La ontogenia recapitula
la filogenia», fue la respuesta equivocada de Haeckel a la pregunta más
desconcertante de la biología del siglo XIX: ¿cuál es la relación entre el
desarrollo individual (ontogenia) y la evolución de las especies y linajes
(filogenia)? Stephen Jay Gould documenta en este libro, el más extenso sobre
el tema en los últimos cincuenta años, la historia de la teoría de la
recapitulación desde su primera aparición entre los presocráticos hasta su
caída en el siglo XX, cuando el avance de la genética mendeliana la hizo
insostenible. Gould analiza la recapitulación como una idea que intrigó a
políticos, teólogos y, por supuesto, a científicos durante décadas. Para el
autor, la hipótesis de Haeckel, que afirmaba que los fetos humanos son,
literalmente, peces diminutos cuyas aberturas branquiales son réplicas
exactas del sistema respiratorio de sus ancestros acuáticos, tuvo una
influencia que se extendió más allá de la biología y llegó a los ámbitos de
la educación, la criminología y el psicoanálisis (Freud y Jung fueron devotos
de estas teorías). En este libro, Gould demuestra que, a pesar de que el
paralelismo entre la ontogenia y filogenia ha caído en descrédito, el tema
sigue provocando uno de los grandes debates de la biología evolutiva.
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Un nuevo
volumen de reflexiones sobre la historia natural que van desde el debate
acerca de si el milenio comienza el año 2000 o el año 2001 hasta el
Frankenstein de Mary Shelley (y los del cine), pasando por un libro olvidado
de Edgar Allan Poe (que, sin embargo, fue el mayor éxito de su vida), por la
simetría siniestra de los caracoles, por clones y setas gigantes, por el mito
de la Tierra plana, por los fundamentos científicos del exterminio de los
judíos, por Linneo y la vida amorosa de las plantas y, naturalmente, por los
dinosaurios. Una explosión de insospechadas conexiones entre teorías
científicas, anécdotas históricas y curiosidades de todo género destinadas a
fascinar al lector de este nuevo libro de reflexiones, que tal vez resulte
ser el más divertido de cuantos ha escrito hasta hoy el autor.
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12/02/19
Gould Stephen Jay
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