2/03/25

La Biblioteca de los Libros que Nunca Fueron

 La Biblioteca de los Libros que Nunca Fueron

Por: César A.


El profesor Eduardo Salvatierra había dedicado su vida a la literatura, pero no a escribirla, sino a estudiarla. Su especialidad era la literatura hipotética, un campo casi desconocido que especulaba sobre los libros que nunca se escribieron, aquellos mencionados en otras obras o que quedaron en la mente de sus autores sin alcanzar la tinta y el papel. De Borges a Lovecraft, de las referencias en las cartas de los escritores muertos hasta los títulos olvidados en las bibliotecas de monasterios abandonados, Salvatierra los recopilaba y analizaba con la meticulosidad de un arqueólogo.

Una noche, mientras revisaba un manuscrito del siglo XVII en la Biblioteca Nacional, encontró una mención a una biblioteca oculta en los Andes, un sitio donde se conservaban los libros que nunca habían sido escritos. El autor del texto, un monje dominico llamado Fray Esteban del Valle, afirmaba haber entrado en contacto con esta biblioteca en un estado de vigilia forzada por el insomnio y el ayuno. "En la madrugada del tercer día de penitencia, cuando mi espíritu flotaba entre la lucidez y el delirio, fui transportado a la Biblioteca de los Libros que Nunca Fueron", relataba en su crónica.

Salvatierra sintió cómo se le aceleraba el corazón. La idea de encontrar aquella biblioteca era descabellada, pero su instinto de investigador lo impulsó a indagar más. A medida que profundizaba en sus pesquisas, encontró menciones similares en textos de distintas épocas y lugares. Un diario de un alquimista del siglo XV hablaba de un "templo de lo nunca dicho". Un manuscrito encontrado en un monasterio ruso mencionaba un "archivo de pensamientos no expresados". Incluso, una nota a pie de página en un libro de filosofía del siglo XIX hablaba de un lugar donde se almacenaban las historias que solo existían en la imaginación de sus creadores.

Decidió que debía buscar aquella biblioteca.

El Viaje a lo Desconocido

Después de meses de investigación, Salvatierra dio con un posible punto de entrada en una aldea perdida en los Andes peruanos. Convenció a un viejo guía local, un hombre llamado Mariano Ayala, para que lo llevara hasta unas ruinas antiguas en lo alto de una montaña donde, según los lugareños, se aparecían "sombras de palabras no dichas".

La caminata fue extenuante. La altitud y el frío mordían sus huesos, y la sensación de estar siendo observado lo acompañaba en cada paso. Mariano se detenía de vez en cuando, murmurando oraciones en quechua. "Este es un lugar donde los dioses dejaron cosas sin terminar", le dijo en un momento. "No deberíamos estar aquí".

Finalmente, llegaron a una cueva cuya entrada estaba parcialmente oculta por musgo y raíces. Dentro, encontraron un túnel estrecho que descendía en espiral. El aire tenía un olor rancio y antiguo, como si nadie hubiese respirado allí en siglos. Bajaron con cautela, sus linternas iluminando muros de piedra cubiertos de inscripciones incomprensibles. A cada paso, Salvatierra sentía que el aire se hacía más denso, más pesado.

Entonces, la linterna de Mariano iluminó algo que los hizo detenerse en seco.

La Biblioteca Oculta

Ante ellos se abría una vasta caverna iluminada por una luz tenue y espectral, que no parecía provenir de una fuente concreta. En su interior, había estanterías gigantescas talladas en la piedra, repletas de libros. Pero estos libros no tenían títulos en sus lomos, ni marcas de editores. Sus cubiertas parecían cambiar de textura ante la mirada de los visitantes, como si fueran líquidas y sólidas a la vez.

Mariano se negó a avanzar más. "No es nuestro lugar", murmuró. "Aquí no existen las reglas de nuestro mundo".

Pero Salvatierra estaba demasiado embriagado por la maravilla de su hallazgo. Se acercó a una estantería y tomó un libro al azar. Al abrirlo, sintió un mareo súbito. En la página había un texto que conocía demasiado bien: era un fragmento de un libro que había intentado escribir en su juventud, pero que nunca había terminado. Cada palabra, cada frase, era exactamente como la había imaginado, pero que jamás había puesto en papel.

Corrió por los pasillos de la biblioteca, abriendo libro tras libro. Encontró manuscritos de novelas que sus autores nunca pudieron completar, teorías científicas que habían sido descartadas antes de ver la luz, relatos escritos por manos que jamás los habían plasmado en tinta. Era un archivo de la imaginación frustrada, una morgue de ideas inconclusas.

Fue entonces cuando comprendió el horror de su descubrimiento.

El Precio del Conocimiento

Escuchó un sonido a su espalda, como un susurro multiplicado mil veces. Se giró y vio sombras moviéndose entre los estantes. No eran sombras de cuerpos, sino de ideas. Formas incorpóreas que se arrastraban entre los libros, como espectros hambrientos.

De repente, sintió que algo lo sujetaba. Un libro se le cayó de las manos y, antes de que pudiera reaccionar, las páginas se abrieron solas y empezaron a desvanecerse en el aire como humo. Cada palabra que desaparecía de la página se le clavaba en la mente con un dolor punzante.

Estaban devorándolo. No su cuerpo, sino sus pensamientos.

Trató de correr, pero sus piernas no respondían. Las sombras se arremolinaban a su alrededor, murmurando palabras que nunca habían sido dichas. Sintió cómo su memoria se deshacía, cómo fragmentos de su vida eran borrados una palabra a la vez.

Mariano, desde la entrada, gritó su nombre. Con el último resto de su voluntad, Salvatierra logró moverse y correr hacia la luz de la linterna de su guía. Unas manos invisibles trataron de aferrarlo, pero logró escapar por el túnel, sintiendo cómo su mente se vaciaba con cada paso.

El Regreso sin Memoria

Cuando despertó, estaba en su habitación de hotel. Mariano le dijo que lo había encontrado inconsciente fuera de la cueva y que lo había llevado de regreso al pueblo.

"No vuelvas a ese lugar", le advirtió. "Hay cosas que no deben recordarse, porque nunca debieron existir".

Salvatierra intentó escribir sobre su experiencia, pero descubrió que cada vez que tomaba una pluma, su mente se quedaba en blanco. Los recuerdos de la biblioteca se disolvían como tinta en agua. Intentó grabar su voz, pero las palabras se desvanecían antes de pronunciarlas.

Poco a poco, su conocimiento de la literatura se desmoronó. Olvidó los títulos de los libros que había estudiado toda su vida. Perdió la capacidad de leer y escribir. Su mente quedó en blanco, como una página nunca escrita.

Y cada noche, en sus sueños, veía las sombras arrastrándose entre estanterías infinitas, susurrando los nombres de los libros que nunca fueron, y que nunca volverían a ser.

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