11/10/24

CARTA A UN AMIGO

 

Reflexión: La Eternidad de una Amistad

Hoy me siento llamado a escribir sobre ti, Feliciano, mi amigo del alma, el compañero de una vida, el hermano que elegí y que me eligió. La palabra "amigo" parece insuficiente para describir el vínculo que compartimos durante más de cuarenta años. No fuiste solo un confidente o alguien con quien compartir risas y pensamientos; Fuiste un maestro de vida, un refugio en los días oscuros, y la voz cálida que siempre encontraba las palabras justas, o el silencio exacto, para hacerme sentir comprendido.

Desde aquel primer encuentro, supe que eras especial. Había en ti una sensación que desarmaba y una amabilidad que irradiaba una calidez casi palpable. Compartimos juntos tanto que tu partida ha dejado un vacío inmenso, como si una parte de mí también se hubiera marchado contigo. Pero, a pesar del dolor, quiero recordarte con alegría y gratitud, porque nuestra amistad fue uno de los mayores regalos que la vida me dio.

Una conexión que trasciende palabras.

No todos tienen la fortuna de encontrar a alguien con quien compartir todo, desde los pensamientos más íntimos hasta las risas más despreocupadas. Tú y yo lo teníamos. En nuestras conversaciones, el mundo parecía abrirse en nuevas dimensiones. Reflexionábamos sobre la vida, los misterios del universo, los dilemas del día a día. En ti encontré un espejo, pero no un reflejo que simplemente devolvía mi imagen, sino uno que me mostró nuevas formas de verme a mí mismo y de entender el mundo.

A menudo, nuestras mejores conversaciones no tenían palabras. Había momentos en los que simplemente nos llamábamos, disfrutando de la mutua compañía, de esa conexión invisible que no necesitaba explicaciones. En ese silencio compartido, había un entendimiento profundo, una paz que no encontró en ningún otro lugar.

El maestro pragmático

Si algo definió tu manera de ver la vida, Feliciano, era tu pragmatismo. Nunca te aferrabas a idealismos vacíos ni te perdías en sueños inalcanzables; me enseñaste a mirar la realidad tal como era, a enfrentar los desafíos con serenidad y determinación. Me ayuda a entender que la vida no siempre se puede controlar, pero que sí podemos elegir cómo enfrentarla. Esas lecciones tusyas siguen vivas en mí, guiándome cuando los caminos se tornan inciertos.

Recuerdo tantas ocasiones en las que tus palabras me devolvieron al presente, me ayudaron a tomar decisiones o simplemente me recordaron que, a veces, lo único necesario es aceptar las cosas como son. En los momentos más difíciles, siempre tuve esa sabiduría práctica que me hacía aterrizar y encontrar el rumbo.

Las visitas que alimentaban el alma.

Es imposible no sonreír al recordar nuestras visitas y encuentros. Había en ellos una magia particular, una especie de ritual sagrado donde el tiempo parecía detenerse. No importaba cuán ocupados estuviéramos o qué tanto hubiera cambiado el mundo a nuestro alrededor, siempre encontrábamos un espacio para reencontrarnos, para reír, reflexionar, e incluso para quedarnos en silencio. Cada encuentro era una celebración de nuestra amistad, una pausa en el ajetreo de la vida para reconectar con lo esencial.

Te extraño, Feliciano. Extraño esas conversaciones que podían ir de lo profundo a lo trivial sin esfuerzo alguno. Extraño tu risa contagiosa, tu manera única de simplificar los problemas más complejos, y ese brillo en tus ojos que siempre pareció decir: "Todo estará bien". Extraño, sobre todo, la certeza de saber que, sin importar lo que pasara, siempre estarías ahí.

El legado de tu amistad

Aunque ya no estás básicamente, tu presencia sigue viva en mí. En cada decisión que tomo, en cada momento en que elijo enfrentar la vida con pragmatismo y optimismo, estás tú. En cada reflexión profunda o en cada instante de silencio significativo, siento tu compañía. Me enseñaste tanto, Feliciano, que sería imposible olvidarte. No solo fuiste mi amigo, sino también mi guía, mi inspiración, mi hermano del alma.

Hoy, al escribir estas palabras, no puedo evitar derramar lágrimas. Pero no son solo lágrimas de tristeza, sino también de gratitud. Gratitud por haberte tenido en mi vida, por los años compartidos, por las lecciones aprendidas, por los momentos vividos. Gracias, Feliciano, por ser quien fuiste, por quererme como amigo y por permitirme quererte de la misma manera.

Hasta que nos reencontremos

Sé que algún día volveremos a encontrarnos, en algún rincón del universo, donde las almas libres como la tuya descansan. Mientras tanto, seguiré honrando tu memoria, llevándome todo lo que me diste y recordándote con amor y admiración. No estás aquí, pero tampoco te has ido del todo. Vives en mis recuerdos, en mis pensamientos y en mi corazón.

Gracias, amigo mío, por todo. Te recordaré y extrañaré siempre.  –César-

 

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