Reflexión: La Eternidad de una Amistad
Hoy
me siento llamado a escribir sobre ti, Feliciano,
mi amigo del alma, el compañero de una vida, el hermano que elegí y que me
eligió. La palabra "amigo" parece insuficiente para describir el
vínculo que compartimos durante más de cuarenta años. No fuiste solo un
confidente o alguien con quien compartir risas y pensamientos; Fuiste un
maestro de vida, un refugio en los días oscuros, y la voz cálida que siempre
encontraba las palabras justas, o el silencio exacto, para hacerme sentir
comprendido.
Desde
aquel primer encuentro, supe que eras especial. Había en ti una sensación que
desarmaba y una amabilidad que irradiaba una calidez casi palpable. Compartimos
juntos tanto que tu partida ha dejado un vacío inmenso, como si una parte de mí
también se hubiera marchado contigo. Pero, a pesar del dolor, quiero recordarte
con alegría y gratitud, porque nuestra amistad fue uno de los mayores regalos
que la vida me dio.
Una conexión que trasciende palabras.
No
todos tienen la fortuna de encontrar a alguien con quien compartir todo, desde
los pensamientos más íntimos hasta las risas más despreocupadas. Tú y yo lo
teníamos. En nuestras conversaciones, el mundo parecía abrirse en nuevas
dimensiones. Reflexionábamos sobre la vida, los misterios del universo, los
dilemas del día a día. En ti encontré un espejo, pero no un reflejo que
simplemente devolvía mi imagen, sino uno que me mostró nuevas formas de verme a
mí mismo y de entender el mundo.
A
menudo, nuestras mejores conversaciones no tenían palabras. Había momentos en
los que simplemente nos llamábamos, disfrutando de la mutua compañía, de esa
conexión invisible que no necesitaba explicaciones. En ese silencio compartido,
había un entendimiento profundo, una paz que no encontró en ningún otro lugar.
El maestro pragmático
Si
algo definió tu manera de ver la vida, Feliciano, era tu pragmatismo. Nunca te
aferrabas a idealismos vacíos ni te perdías en sueños inalcanzables; me
enseñaste a mirar la realidad tal como era, a enfrentar los desafíos con
serenidad y determinación. Me ayuda a entender que la vida no siempre se puede
controlar, pero que sí podemos elegir cómo enfrentarla. Esas lecciones tusyas
siguen vivas en mí, guiándome cuando los caminos se tornan inciertos.
Recuerdo
tantas ocasiones en las que tus palabras me devolvieron al presente, me
ayudaron a tomar decisiones o simplemente me recordaron que, a veces, lo único
necesario es aceptar las cosas como son. En los momentos más difíciles, siempre
tuve esa sabiduría práctica que me hacía aterrizar y encontrar el rumbo.
Las visitas que alimentaban el alma.
Es
imposible no sonreír al recordar nuestras visitas y encuentros. Había en ellos
una magia particular, una especie de ritual sagrado donde el tiempo parecía
detenerse. No importaba cuán ocupados estuviéramos o qué tanto hubiera cambiado
el mundo a nuestro alrededor, siempre encontrábamos un espacio para
reencontrarnos, para reír, reflexionar, e incluso para quedarnos en silencio.
Cada encuentro era una celebración de nuestra amistad, una pausa en el ajetreo
de la vida para reconectar con lo esencial.
Te
extraño, Feliciano. Extraño esas conversaciones que podían ir de lo profundo a
lo trivial sin esfuerzo alguno. Extraño tu risa contagiosa, tu manera única de
simplificar los problemas más complejos, y ese brillo en tus ojos que siempre
pareció decir: "Todo estará bien". Extraño, sobre todo, la certeza de
saber que, sin importar lo que pasara, siempre estarías ahí.
El legado de tu amistad
Aunque
ya no estás básicamente, tu presencia sigue viva en mí. En cada decisión que
tomo, en cada momento en que elijo enfrentar la vida con pragmatismo y
optimismo, estás tú. En cada reflexión profunda o en cada instante de silencio
significativo, siento tu compañía. Me enseñaste tanto, Feliciano, que sería
imposible olvidarte. No solo fuiste mi amigo, sino también mi guía, mi
inspiración, mi hermano del alma.
Hoy,
al escribir estas palabras, no puedo evitar derramar lágrimas. Pero no son solo
lágrimas de tristeza, sino también de gratitud. Gratitud por haberte tenido en
mi vida, por los años compartidos, por las lecciones aprendidas, por los
momentos vividos. Gracias, Feliciano, por ser quien fuiste, por quererme como
amigo y por permitirme quererte de la misma manera.
Hasta
que nos reencontremos
Sé que algún
día volveremos a encontrarnos, en algún rincón del universo, donde las almas
libres como la tuya descansan. Mientras tanto, seguiré honrando tu memoria,
llevándome todo lo que me diste y recordándote con amor y admiración. No estás
aquí, pero tampoco te has ido del todo. Vives en mis recuerdos, en mis
pensamientos y en mi corazón.
Gracias, amigo
mío, por todo. Te recordaré y extrañaré siempre. –César-
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